Una antigua práctica budista llamada Bhavana, o Práctica de la Unidad, dice lo siguiente:
“Pienso con amor que todos los seres y todas las cosas hemos nacido del Espíritu Universal, el cual compenetrándolo todo lo sostiene todo, en orden constante y en vida eterna. Por lo tanto todos los seres que llamamos inferiores, como los seres que llamamos superiores, participamos de la misma vida, formando en el espacio infinito un solo cuerpo cósmico.”
Sin embargo hoy la realidad es muy distinta, ha transcurrido la primera mitad de 2020 y hemos debido aprender un nuevo formato de interrelación social. La emergencia sanitaria tiene proporciones mundiales sin precedentes donde sus consecuencias económicas, por el momento inconmensurables ya se encuentran inexorablemente globalizadas.
Muchos de nuestros derechos se encuentran vulnerados, es que el conflicto nos expulsa de nuestro lugar de comodidad porque en el estado excepción todo es puesto a prueba, y todo titila en forma vacilante, tanto los líderes como los pueblos. Esto es lo que Karl Jaspers en su obra “La psicología de las visiones del mundo” denominó “situación límite”, aquella que no se resuelve de los modos habituales, se trata de una situación tan inesperada como inusitada y traumática que nos pone bajo máxima tensión.
Las distintas tradiciones han siempre referido una triple dimensión del universo, donde Cielo, Tierra, y Ser Humano constituyen los tres rostros de una misma figura: la trinidad primigenia correlato de la trinidad interior, pero esta dimensión trinitaria es en sí una Unidad que puede verse desde lo cosmológico interactuar en una dinámica macrocosmos-microcosmos, siempre enlazada en una relación especular.
El ser humano de la modernidad pasó de aquella conciencia de la Unidad que enunciaba el Bhavana a la lógica sujeto-objeto y se produjo así la llamada herida trágica, la escisión con la naturaleza y el universo todo, esa totalidad que los griegos denominaban physis, y con ello su consecuencia más nefasta: el sentimiento fragmentado del yo.
Este falso sentimiento de separatividad llevó a la especie, en su ignorancia, a arrogarse un señorío eminencial sobre la naturaleza; de allí a la depredación hay un paso. Estos términos de relación basados en la separación y el conflicto han derivado en lo que hoy se ha dado en llamar el ecocidio.
Pero los dioses han huido y la humanidad aún no reacciona, existe un negacionismo exitista que elude la realidad del problema profundo que ha significado la ruptura con el entorno.
La catástrofe ecológica en Australia, según la Universidad de Sidney, dejó un saldo registrado de 480 millones de animales muertos. Los incendios pasaron, nada cambió. Los medios tampoco recuerdan ya a Greta Thunberg que en 2019 poblaba las portadas y alertaba en foros internacionales sobre la catástrofe ecológica maravillando a todos por su excesiva juventud. Nada cambió.
Esta pandemia también va a pasar y los cadáveres, que ya se cuentan por cientos de miles, se anotarán en un registro, porque no existe ahora como no existió antes una conciencia profunda de situación; la humanidad hoy está abocada a desarrollar la vacuna que frene al virus, como si fuera el causante real del problema. Y el día después no faltarán los festejos, porque es característica distintiva del hombre moderno la permanente huída hacia adelante.
Cambiar este paradigma mental significa un retorno a nuestro eje primordial, a lo que Raimon Pannikar denominaba la intuición cosmoteándrica de la realidad, que establece que lo absoluto, lo humano y lo material son tres dimensiones constitutivas de lo real, es una concepción teoantropocósmica, donde el ser humano deja de comportarse como un saqueador y comprende la realidad total y unitaria del cosmos del que forma parte.
Hoy, paradójicamente, la sociedad global de la hiperconexión digital tiene como correlato la hiperdesconexión ontológica del ser humano, porque hemos perdido el punto de partida. La relación que tiene el ser humano con el universo es la misma que tiene con su ser interno, puesto que aquel vínculo es una huella externa de su interioridad, así el conflicto interno se reflejará en la relación de conflicto con el universo.
El confinamiento y el aislamiento social, no obstante, son propicios para no aislarnos interiormente, porque el aislamiento siempre es del ego pero la soledad puede ser propicia para la apertura a lo profundo. El silencio es uno de los patrones universales que nos abre a realidades más allá de las formas, como el kairós de los griegos, el tiempo oportuno, ese tiempo distinto donde algo especial sucedía, hoy la situación límite abre la oportunidad de transmutar el límite en umbral para dar un salto cualitativo.
Nada cambiará mientras no se combata la pandemia psíquica de la disociación porque es esa la que causa la otra. Solo mediante la toma de conciencia se podrá alcanzar la visión holística de la totalidad universal y componer los aportes de todas las visiones parciales en una conciencia unitaria que pueda verse reflejada en una verdadera ecosofía.