Este relato bajo el nombre “Desde Argentina, con amor”  fue finalista de la cuarta edición del concurso de crónica breve organizado por el

Grupo VI-DA y el Festival Basado en Hechos Reales del año 2020.

 

 

 

20 de marzo 2020

El primer mensaje decía Mamucha. El segundo Jjjjj.

Quedé devastada. Hacía años que no me decía mamá. Me llamaba por mi nombre y era como si me clavara un puñal. Tal vez me lo merecía. Quizás no fui buena madre. Le preparaba la vianda, le hacía la cama, le lavaba la ropa, pero algo faltaba. Muchas veces quise que lo habláramos pero apenas empezaba se tapaba la oreja con la almohada. Con el tiempo me resigné a ser una especie de perchero en su vida. Él colgaba un pantalón roto y yo le pegaba pitucones con la plancha. Él colgaba una bolsa de supermercado con tapers vacíos y yo los llenaba de comida.

No quiso que lo llevara a Ezeiza. No me invitó a su casamiento. No quiso que fuera a recibirlo cuando volvió a hacer trámites en el consulado. Pero fui igual. No sé si se alegró al verme.

−No deberías haber venido−dijo. Le entregué una mascarilla comprada de apuro en una farmacia la noche anterior. Acá todavía no había empezado la cuarentena.

En la autopista pasé de largo todas las salidas y llegué hasta el puerto.

−No dormiste−dijo.

Estacioné frente al departamento que le habían prestado dispuesta a bajar, pero me detuvo.

−Quiero hacer las cosas bien−se disculpó.

−Llené la alacena y la heladera−dije dispuesta a enumerar mis compras y desvelos.

−Espectacular. Gracias.

Desde entonces contesta mis whatsapps con frases del estilo Estoy bien. Es un hotel de lujo. Ciento treinta y seis fósforos sin usar y nueve usados.

Hasta hoy.

Mamucha. Jjjjj.

Pienso lo peor.

2 de abril

Estoy muda como después de una película fuerte. Sólo los moretones que veo en mi cuerpo cuando me desnudo antes de ducharme muestran que no fue una película. El más grande está a la altura de las costillas del lado derecho. Son manchas azuladas extendidas en varios sentidos dentro de un círculo. Las palpo y no duelen. Recorro con la vista ese costado de arriba abajo y descubro otra contusión debajo de la rodilla. Está hinchada y si la aprieto siento un leve pinchazo. Examino el otro costado y sólo descubro una mancha grande en el antebrazo. Es de otro color, más rojiza. Ésta tampoco duele.

Lo que duele es lo otro, lo que queda enroscado adentro como un perro dormido.

6 de abril

Desde la cama hago zapping por costumbre. Todo me resbala, las recomendaciones de las autoridades, las opiniones de los médicos, las cifras de muertos. En todos los canales las mismas cifras e imágenes. De pronto aparece una chica parecida a la última novia de Andy y presto atención. Cuenta que estaba en Madrid cuando se enteró del covid-19. Sus amigos le organizaron una fiesta de despedida. Brindaron y cantaron. Se embarcó a Buenos Aires sin saber que lo había contraído. Apenas conoció el resultado del hisopado lo publicó en Instagram. La gente se indignó, la insultó, hasta le dijeron Morite. El dolor era terrible, dolor en los pulmones, en la garganta, en las articulaciones. No podía comer. Adelgazó ocho kilos. Pero lo peor fue el gusto a sangre en la boca.

Gusto a sangre en la boca, repito mecánicamente.

 

7 de abril

El colectivo tarda en llegar. Cae una llovizna fina. Espero debajo de un balcón. Es raro estar sola en esa parada donde habitualmente hay una fila larga. Hace unos años en esa misma parada oí un ruido seco y sin girar la cabeza supe que era el sonido de un cuerpo contra el cemento. Empecé a temblar y sin mirar caminé en sentido contrario. Era la época en que la realidad se ordenaba en mi cabeza con frase de los poetas que me gustaban. …que no quiero verla, que no quiero ver la sangre de Ignacio sobre la arena. A Andy también le gustaba Lorca. Un día tomé de su mesa de luz el volumen de las obras completas y me detuve en los subrayados. Madre, bórdame en tu almohada. Mi psicoanalista se hizo un festín. Es increíble lo que se puede inferir de los subrayados. Si yo me hubiera tomado el tiempo de leer con atención los de Andy en la época de sus primeras crisis tal vez su vida habría sido diferente. Pero fui madre demasiado joven, cuando los libros me interesaban más que las monerías infantiles. Una vez le presté a Ofelia un libro subrayado por Andy. Al devolverlo me preguntó quién lo había subrayado, cuánta angustia en esas rayas, dijo. Que no quiero verla, que no quiero ver la sangre de Ignacio sobre la arena.

10 de abril

Querida Anne,
Pienso mucho en vos. Casi no te conozco pero sos la persona que hizo feliz a Andrés en los últimos meses y con eso tengo bastante. Vi fotos y videos del casamiento. Quedé maravillada; acá el registro civil funciona en unas oficinas anodinas donde la gente se apelotona en medio de una nube de perfumes intensos y luz artificial. El casamiento civil no se considera una ceremonia importante. Acá lo importante es el casamiento religioso, el vestido blanco de la novia, el traje oscuro del novio, la iglesia engalanada con flores y guirnaldas, los atuendos lujosos de las mujeres y los zapatos con cordones de los hombres. Nunca me gustaron esos casamientos. En cambio el de ustedes me encantó. La filmación de Agustina muestra el hall inmenso de la alcaldía todavía desierta; la luz llega a raudales por la cúpula de vidrio, y vos entrás con un elegante traje de pantalón y blusa color marfil, se escucha la risa nerviosa de Andy y la voz de Agustina diciendo, Chicos, tranquilos, alguien los va a casar, después la larga escalera de mármol, la jueza con una banda tricolor cruzándole el pecho, los pocos amigos íntimos en las primeras filas, el OUI de Andy y el estallido de una carcajada demasiado fuerte. Vi ese video decenas de veces y lloré cada vez. Era auténtico, sin poses ni frases convencionales. Al principio me molestó que Andrés estuviera con la camisa medio salida del pantalón, en zapatillas y con su mochila al hombro, pero después pensé que así es él. Empezar una relación sin poses me pareció algo auspicioso. También recibí videos de la reunión en el restaurante, el vino que les regaló Techy, los abrazos con una chica petisita que no sé quién es y las cabezas muy juntas de ustedes con el fondo de una calle parisina al atardecer. Te agradecí infinitamente la felicidad de Andy.

Te escribo desde la sala de espera de la clínica donde está internado. Imagino que Agustina te contó lo que pasó: primero fue la cuarentena de viajero, después la que decretó el gobierno, aislado, sin Internet; se emborrachó, salió en la moto, chocó, intervino la policía, llamaron al SAME. Quedó bajo arresto. Las heridas físicas son leves, las otras no sé.

No puedo no pensar que tu desolación es igual a la mía.

 

19 de abril

¿En qué puedo ayudarte?

La frase se replica en muchos whatsapp. Me abruma tanta solidaridad.

21 de abril

Los colectivos pasan cada muerte de obispo y las esperas se hacen interminables; finalmente me decido a usar el Mercedes. Sucio como está ahora me da menos vergüenza. Según Carola es un auto de carniceros. Tiene casi cuatrocientos mil kilómetros y al acelerar larga humo azul, pero cada año sale indemne de la revisión vehicular como si los inspectores fueran todos gerentes de frigoríficos. Cuando llueve entra agua por el techo y los vidrios se bloquean. La última vez que llovió a poco de empezar la cuarentena, el vidrio del acompañante estaba bajo y así quedó. Hace calor, no me importa. Tiro la cartera en cualquier parte y arranco. En la esquina me detiene el semáforo. Descubro al hombre cuando ya está a un metro de la ventanilla del acompañante; veo su espalda encorvada, sus pantalones caídos, la barba sin afeitar y de golpe quiero que se lleve la cartera. Sólo tiene que estirar el brazo y dar el tirón. El semáforo se pone verde pero no avanzo. Tiene que llevarse mi cartera. Recién cuando pisa la vereda me resigno. Hasta los ladrones se quedan en sus casas.

 

12 de abril

Un mensaje de María rompe la tregua. Andy se niega a tomar la medicación. Exige cigarrillos, hierba, algo ilegal, escribe María. Le pide que se vaya de la clínica. Dice que a las 8 pm irá un amigo y se quedará durante la noche. María cree que el amigo es un dealer.

13 de abril

Mi tío Francisco me llama por primera vez en treinta años. Soy la sobrina que se ha vuelto nariz parada desde que se mudó a Buenos Aires. Hablamos del clima, del número de infectados y de la salú. Me cuenta que en el pueblo el aislamiento es riguroso. Se pasa horas mirando por la ventana. Donde antes hubo un fresno ahora crece el pasto, dice. Se ha cansado de llamar a la municipalidad para que lo corten. Y eso que ver crecer el pasto es su única diversión. Mejor dicho la segunda; la primera es caminar de la cocina al comedor, ida y vuelta. Al patio no sale porque está lleno de mosquitos. El señor que venía a cortar el césped es muy mayor y no se lo permiten. Contáme algo, dice. Estoy saliendo, miento, te llamo más tarde. Cada día me resulta más fácil mentir.

17 de abril

A la madrugada vuelven los recuerdos. Tres lucas, dijo. Corrí al cajero sin pensar. Jamás pienso cuando mis hijos me piden algo. Me esperaba en la vereda y subió al auto sin hablar. Desde la vereda de enfrente dos muchachos lo miraban riendo. Arranqué y estacioné en la otra cuadra. Para qué querés la plata. Estaba con el celular en la mano y lo manipulaba nervioso. Una voz de hombre decía Sí, sí te puedo prestar, pero vení después de las ocho. Silencio y después otra voz. Claro que te puedo prestar, Andy, pero acá sólo tengo unos pesos y doscientos dólares. Suelta el celular y dice Vamos. ¿Adónde?, pretendo saber. A Palermo. Estamos en Palermo, Andy. Andá por Salguero. Decime adónde querés ir y decido yo el recorrido; estamos en cuarentena. No me escucha. Arrancá, yo te indico, yo sé, hay un edificio. Decime para qué querés la plata. Cosas personales. Qué cosas personales, por favor, Andy, razoná, estamos en cuarentena. Abre la puerta y se baja enojado. Lo miro por el espejo retrovisor. Camina por el medio de la calle como si estuviera borracho, se le caen los pantalones, dos autos lo esquivan.

Siento vergüenza.

 

18 de abril

Está sentado en la cama de la clínica con ropa de calle. Me mira como queriendo decir algo. las palabras no le salen. Debe ser por la medicación. La cabeza se le va para un costado y el cuerpo se inclina hacia adelante; está a punto de caerse. Me acerco para sostenerlo pero los brazos no me responden y quedo clavada en el piso. Logra enderezarse y me mira desolado. Vine sólo un minuto, no puedo quedarme, miento. Una enfermera se acerca y le dice algo. Se recuesta y cierra los ojos.

Salgo de la habitación y voy a la salita del piso. Me paro frente a la ventana. Miro los balcones vacíos y el llanto aflora silencioso.

No pierdo la esperanza de contagiarme el virus.

 

22 de abril

Querida Anne,
Gracias por escribirme. Qué fácil es quererte. Lamento no haberte prestado mucha atención cuando compartiste con Andy el departamento de Viamonte. Pensé que la relación entre ustedes era meramente ocasional, dos estudiantes que comparten vivienda para ahorrar gastos. No sospeché nada ni cuando Andrés me pidió que te llevara a Ezeiza a esperar a tus abuelos. Pensé que era un gesto de cortesía de anfitrión local. Y que me lo pedía porque yo chapuceaba el francés, además de tener mi pintoresco Mercedes del 89 con su nube azul. Me acuerdo que me sorprendió tu figura alta y delgada y tus shorts muy cortos de adolescente larguirucha. Las novias de Andy habían sido siempre tetonas. Era una preferencia que yo daba por sentada. Por lo demás, a él le gustaban los abuelos en general.
De esa excursión a Ezeiza sólo recuerdo mis esfuerzos por hablar un francés aceptable. À droite c’est la forêt d’Ezeiza. Les week-ends les familles font du picnic, les enfants courent et les oiseaux chantent. Cosas por el estilo. El único que faltaba en mi descripción era Monsieur Vincent, el protagonista de los textos escolares. Pero en el auto había buena “vibra” y tus abuelos me dieron la oportunidad de refrescar el vocabulario de las vacaciones de la Famille Vincent. En Argentine, nous avons une des cadenas montañosas (en español) plus hautes du monde. Le ¿Pic? Aconcagua est à la provincia de Mendoza qui est la région la plus famosa pour ses vins. Etcétera.

Gente sencilla tus abuelos, campesinos de Bretaña, muy cansados por el viaje pero felices de ser recibidos por su nieta.

Y así quedaste en mi memoria: la chica que amaba a sus abuelos.

3 de mayo

Hoy Andy sale de la clínica de rehabilitación. Tiene por delante un mes de sesiones terapéuticas y encuentros vinculares. Un equipo de profesionales que le recomendaron a Marcos lo tendrá bajo vigilancia las veinticuatro horas. Me aconsejaron no verlo fuera del marco de la terapia. No entiendo la razón, pero obedezco.

10 de mayo

Por estos días mi escobillón se llena de pelos. No puedo no sonreír al acordarme del mechón de pelo que se le cayó a Carola cuando descubrió que su pareja le era infiel. Estábamos en su casa de campo poniendo productos antihumedad en los roperos cuando se detuvo, retrocedió tambaleante hasta el marco de la puerta y se apoyó para no caerse. ¡Tiene otra!, gritó casi sin voz. Inclinó la cabeza hacia adelante, se pasó los dedos por el pelo y un mechón entero cayó al piso.
Después me contó que él era tremendamente desordenado, su desorden era motivo de peleas, pero la ropa en los placares de su departamento (no vivían juntos) parecía ordenada por Marie Kondo. Esa clase de orden es orden de mujer, dijo. La explicación no me resultó convincente, pero con el tiempo se supo que efectivamente había una Marie Kondo que vivía en Montevideo y viajaba a Buenos Aires para hacer algo más que ordenar placares en la casa del novio de Carola.

Andy mejora día a día.

 

28 de mayo

A mediodía voy a la farmacia. Está fresco y el sol de otoño invita a una caminata más larga que el trayecto permitido. Camino hacia la plaza que está frente a la iglesia y descubro una larga fila de gente esperando su vianda. Paso sin mirar. No quiero ver esas caras devastadas. Sigo caminando y alcanzo a una pareja joven. Él renguea un poco y ella camina bamboleándose a un costado y el otro. No podría sobrepasarlos sin pedirles permiso, pero me parece tonto hacerlo, así que sigo caminando detrás, casi pisándoles los talones. Van comiendo la vianda que entregan en la parroquia, lentos, despreocupados. Boludeando, diría Andy. Comen y bromean. Parecen felices. Qué daría por que mi hijo fuese ese muchacho.

 

1 de junio

Hoy pude abrazarlo. Fue en la puerta del departamento que le prestaron. Le llevé algunos libros y él me dio una bolsa con dos baguettes.

Volví con un pan debajo del brazo, como quien dice.

Feliz.

Leer otros cuentos…