El símbolo nunca pertenece a un corte sincrónico determinado de la cultura, siempre la atraviesa verticalmente, viene del pasado y va al porvenir. La memoria del símbolo es más antigua que la de su contexto textual no simbólico. ¨

I. M. Lotman

 

Las representaciones psicológicas y culturales hunden sus raíces en los mitos del pasado, conformando la memoria histórica del género humano, y es por eso que cabe  preguntarse  ¿Qué es el símbolo?, y particularmente, ¿Qué es el símbolo como elemento esencial en la representación social y cultural?, y por último: ¿Cómo influye la proyección simbólica en la vida social y política, en especial en relación a los mitos del pasado y la memoria histórica de los pueblos?

A los efectos del presente artículo por cultura se entiende la memoria no hereditaria de la colectividad, puesto que esta enunciación permite una lectura de la cultura como social,  pan-humana, y  memoria de la experiencia histórica pasada.

El análisis de la representación simbólica demuestra que multitud de comportamientos y acciones se encuentran determinados por los símbolos que conforman las representaciones sociales. Éstos, acumulados en la memoria histórica del género humano, están impregnados de matices tan variados como la religión, la mitología, los valores, las costumbres y las creencias.

En los mitos encontramos las tendencias psíquicas normativas de una sociedad. Sus contenidos expresan las necesidades inconscientes y los miedos o conflictos de las sociedades antiguas y modernas.

La teoría de Iuri Lotman toma la idea de  cultura como memoria común, los sistemas comunicativos se conciben como formas de modelización que construyen colectivamente modelos de mundo y de sí mismos, partiendo siempre de una serie de elementos fijos. En su ensayo con B.A. Uspenskij ¨Sobre el mecanismo semiótica de la cultura¨, Lotman reconoce la condición medular de la función política en toda cultura: “El trabajo fundamental de la cultura consiste en organizar estructuralmente el mundo que rodea al hombre”.[1]

Si tenemos en cuenta que los símbolos son un factor de integración social y política y tienen especial importancia porque permiten inaugurar y acceder a un orden distinto, movilizar y convocar a la comunidad a partir del aspecto dinámico del símbolo, y porque establecen la base de un discurso superador, entonces comprender qué son, cuáles son las características principales, y cuáles son los símbolos y mitos que conforman las representaciones psicológicas de la sociedad tiene una relevancia fundamental.

 

El símbolo

La palabra ¨símbolo¨ de por sí es un término polisémico y ambiguo, se emplea generalmente como un sinónimo de ¨signicidad¨, y en el campo de las ciencias semióticas, filosóficas, y antropológicas existen diversas teorías y criterios de utilización. En algunos casos al símbolo se lo vincula con la correlación entre la expresión y el contenido, en otros con su  función icónica (Saussure), y en algunas clasificaciones el símbolo es  definido como un signo cuyo significado es cierto signo de otro lenguaje, es decir como un medio de traducción del plano de expresión al plano de contenido.

Del latín symbŏlum, y éste del griego σύμβoλoν, el símbolo es la forma de exteriorizar un pensamiento o idea, incluso abstracta, así como el signo o medio de expresión al que se atribuye un significado convencional y en cuya génesis se encuentra la semejanza, real o imaginada, con lo significado. Afirmaba Aristóteles que “no se piensa sin imágenes”, y simbólica es la ciencia, constituyendo ambas las más evidentes manifestaciones de la inteligencia.

Mario Trevi[2] enseña que el símbolo es la dimensión que adquiere cualquier objeto, sea artificial o natural, cuando éste puede evocar una realidad que no es inmediatamente inherente.

Guiraud[3] lamenta  que todavía no se haya podido llegar a un acuerdo sobre el valor del vocablo ¨símbolo¨; señalando que los distintos autores emplean la palabra ¨símbolo¨ con las acepciones más diversas. No obstante ello, considera que no es deseable que se arribe a una construcción monosémica de la palabra, porque de ese modo  perdería toda su riqueza y complejidad semántica.

De las principales corrientes semióticas y antropológicas es posible sostener que el símbolo no es una representación completamente arbitraria, tiene un componente motivado, que conserva cierto grado de convencionalidad y de iconicidad, que lo diferencia del signo, que posee carácter inmotivado, ya que es una representación arbitraria al principio y convencional posteriormente.

Como elementos estables de la cultura, los símbolos nunca pertenecen a un solo corte sincrónico, sino que siempre la atraviesan en forma vertical, viniendo del pasado y proyectándose al futuro (Lotman).

El símbolo tiene una doble naturaleza, es invariante y variante, recibe la influencia de su contexto cultural, pero al mismo tiempo lo transforma (Saussure, Pierce y Lotman).

El símbolo se caracteriza por dar sentido a las situaciones que el hombre vive y es por ello que el orden simbólico presupone la intersubjetividad y la trascendencia.

 

La representación social y cultural.

                         

 

Desde el ámbito de la filosofía  Ernst Cassirer propone una interpretación en clave kantiana, fundamentada principalmente en el potencial mítico del lenguaje. Busca  extender la crítica de la razón a la crítica de la cultura e  introduce el problema de la “forma simbólica” del habla y de la conciencia mítica, religiosa, artística y científica.

La interacción del hombre con el mundo está sujeta a un proceso lento y complicado de pensamiento identificado por Cassirer como ¨sistema simbólico¨, y considera  que éste  es la marca distintiva del ser humano.

La inmediatez de las reacciones ante los estímulos que brinda el medio ha sido sustituida por la interpretación de las formas lingüísticas, símbolos míticos  o rituales, de forma tal que no puede conocerse nada sino es a través de este medio compuesto. La realidad física retrocede entonces en la medida que avanza la actividad simbólica.

Para Cassirer es la red simbólica lo que distingue al hombre del resto de los seres vivos, y por lo tanto el ser humano, más que un animal racional, se erige como un animal simbólico. [4]

La forma simbólica posee dos elementos: el contenido espiritual de significado y el signo sensible concreto. El funcionamiento de ambos elementos remite a una energía del espíritu, a una fuerza intencional conformadora.

Las formas simbólicas son acciones, no son simples acontecimientos que ‘se producen’, sino energías  que permiten crear mundos de sentido.  Por lo tanto, el origen o la fuente de la función simbólica es algo que no puede resolverse por medios científicos.

La imposibilidad de separar en la percepción como partes reales la materia y la forma no incapacita para distinguir en ella dos momentos distintos: lo “presente” (lo “presentado”) y lo “representado”. En cada “forma simbólica” se aprecia una unidad polar de empirismo y sentido, una “energía del espíritu en cuya virtud un contenido espiritual de significado es vinculado con un signo sensible concreto y le es atribuido interiormente[5].

Las formas simbólicas (lenguaje, mito, religión, arte, ciencia) constituyen fracciones del universo de la interpretación, superan lo meramente físico y van más allá, al mundo del sentido, forman los hilos que entrelazan la red simbólica, la trama complicada de la experiencia humana.

 

 

[1]Lotman, I. y Uspenskij, B, Sobre el mecanismo semiótico de la cultura, I. Lotman y Escuela de Tartu,
Semiótica de la cultura, Madrid: Cátedra, 1979, p. 77. [2] TREVI, Mario. Metáforas del símbolo, presentación y traducción de Ricardo Carretero, Anthropos,
Barcelona, 1996. [3]GUIRAUD, Pierre. La semántica, Fondo de Cultura Económica, Breviarios Nº 153, México, 1991. [4] CASSIRER, Ernst. Antropología filosófica: Introducción a una filosofía de la cultura,  Fondo de
Cultura Económica. México, 1967, p. 27. [5] CASSIRER, Ernst. Esencia y efecto del concepto de símbolo. Paidós, Barcelona, 1986, p. 163