Big Data es un término que describe el gran volumen de datos, tanto estructurados como no estructurados.  Información caótica recolectada desde distintos orígenes y en muchos casos suministrada por nosotros mismos.

 

Pero no es la cantidad de datos lo que es importante. Lo que importa es lo que las organizaciones hacen con eso.

El dataísmo no rinde culto a ningún dios: adora los datos.  La libertad de información es su mandamiento supremo, los algoritmos, sus sagradas escrituras  y la Inteligencia  artificial su sumo sacerdote.

“Limpiar” es el gran trabajo posterior a la recolección de la información y luego sigue ordenarla para darle un sentido.

Así, con todo esto, arman nuestros perfiles almacenando nuestros gustos e intereses, estableciendo patrones,  y determinando en última instancia con qué tentarnos.

Lo que sigue, y seguramente como usuarios digitales ya lo hemos vivido, es que sin solicitarlo a medida que nos conectamos a las redes, ya sea para consultar un mail o visitar un sitio web, nos empiezan a aparecer ofrecimientos con todo lo que nos gusta, o también cuando vemos Netflix nos aparecen recomendaciones de series. ¿Cómo es posible? En realidad la pregunta es ¿Cómo no sería posible si yo serví toda la información para que lo hagan?

Difícil resistir a veces la tentación y no ir corriendo tras esa ilusión.  Nuestra voluntad constantemente se encuentra interferida con las ofertas que cumplen con nuestros intereses.

Asociado a Big Data, hay otras palabras que despiertan preocupación y requieren necesariamente reflexión, ellas son inteligencia artificial, IoT (o Internet de las cosas) y dataísmo.

Los seguidores del dataísmo no dudan en decir que los datos que fluyen en la red saben más de nosotros que nosotros mismos, y los algoritmos deberían sustituirnos a la hora de tomar decisiones. Me pregunto entonces ¿dónde queda nuestro  libre albedrío?

Jaime Cordero, editor de la Revista H en un artículo titulado “Del Big Brother al Big Data” introduce la noción del culto a los datos, así señala que  el dataísmo no rinde culto a ningún dios: adora los datos. La libertad de información es su mandamiento supremo, los algoritmos, sus sagradas escrituras y la Inteligencia Artificial, su sumo sacerdote.

Se estima que en los próximos años la Inteligencia Artificial será capaz de desarrollar algoritmos tan complejos como los del cerebro humano, pero  sin las limitaciones biológicas del hardware humano.

De esta manera parecería que la autoridad podría desplazarse de los humanos a los algoritmos.

Los principales productos de la economía del siglo XXI
no serán los textiles, los vehículos y las armas,
sino los cuerpos, los cerebros y las mentes (Harari)

En este sentido, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han sostiene que los macrodatos hacen que el pensamiento sea superfluo en tanto y cuanto todo es numerable: el hombre ya no es soberano de sí mismo sino que es resultado de una operación algorítmica que lo domina sin que lo perciba.

Hay muchos interrogantes, argumentos y predicciones del dataísmo que se pueden plantear como ser: ¿Qué va a pasar con el mercado de trabajo cuando la inteligencia artificial supere a los humanos en la mayoría de las tareas?

Al respecto,  Yuval Noah Harari señala que mientras la Revolución Industrial creó a la clase obrera, la próxima gran revolución creará a la “clase innecesaria“.   ¿Qué vamos a hacer con esa nueva clase formada por cientos de millones de personas sin empleo?

Los principales productos de la economía del siglo XXI no serán los textiles, los vehículos y las armas, sino los cuerpos, los cerebros y las mentes (Harari)    ¿Qué pasará con la igualdad si habrá una elite genética y tecnológicamente superior que se podrá pagar los avances que vayan surgiendo?

La bioingeniería acelerará el camino de una nueva especie.  La ciencia nos llevará a la inmortalidad, pero el hombre dejará de tener el papel protagónico que siempre tuvo.

Lo peor es que la mayoría de nosotros no llegará a decidir cómo la tecnología afectará nuestras vidas porque la mayoría no terminamos de entender esta tecnología. 

Pero lo que sí sabemos es que dataísmo es una nueva religión que llegó para quedarse y que parifica todas las disciplinas académicas: para el dataísmo una ópera de Mozart,  un partido de tenis o el coronavirus, son solo tres modelos de flujo de datos y pueden ser analizados con los mismos instrumentos. El universo entero es percibido como un flujo de datos. 

Los profetas del dataísmo han creado una nueva narración universal que legitima una nueva fuente de autoridad: los algoritmos de inteligencia artificial y los macrodatos.