Debido a la alteración del clima planetario motivada por causas antrópicas, es decir por acción del hombre, el impacto ecológico, económico y social que la humanidad deberá afrontar se estima que será de tal magnitud que podrá trastornar las formas de vida en el conjunto del planeta.

El cambio climático, por este motivo, se ha convertido en una de las cuestiones más debatidas en la literatura científica, la práctica política y los medios de comunicación, y por fin se instala un consenso generalizado acerca de su carácter inequívoco.

En paralelo, se observan numerosas iniciativas políticas que, con mayor o menor éxito, tratan de hacer frente a la amenaza. Mayormente se inclinan hacia medidas de índole tecnológica, orientadas a la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero mediante la sustitución de las fuentes de energía fósil y el aumento de la eficiencia energética.

No obstante, la adaptación de las sociedades a las nuevas condiciones ambientales va más allá de la esfera energética, y requiere pensar soluciones de mayor complejidad, de modo que también será necesario redefinir muchos de los fundamentos de los actuales modelos productivos, territoriales y culturales.

La situación de riesgo en la que nos encontramos reclama una transición hacia pautas de vida más acordes con las leyes de la naturaleza. En buena medida, y en concordancia con lo ya manifestado por muchos de los estudiosos del tema, el éxito de dicho proceso de cambio dependerá de la capacidad de las autoridades políticas, de la comunidad científica, y de todos los actores sociales para movilizar la acción individual y colectiva.

 

El cambio Climático

El Cuarto Informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), que constituye el documento más amplio, completo y riguroso sobre el estado y evolución del sistema climático mundial, define el cambio climático como aquella alteración «en el estado del clima identificable […] a raíz de un cambio en el valor medio y/o en la variabilidad de sus propiedades, y que persiste durante un periodo prolongado, generalmente cifrado en decenios o en periodos más largos» (IPCC, 2007: 30)

El término «cambio climático» denota, por tanto, todo cambio experimentado por el clima a lo largo de periodos dilatados de tiempo y con independencia de si es debido a causas naturales o a la actividad humana.

La novedad de las actuales alteraciones climáticas no reside tanto en el hecho de que se produzcan, sino en la causa que las ocasiona.

Los datos al respecto no ofrecen dudas de que este efecto ha tenido lugar, la temperatura media de la Tierra ha aumentado y ha reducido la cubierta de nieve y hielo, acompañado del aumento del promedio mundial del nivel del mar, que en la última década ha crecido a un ritmo de 3,1 mm anuales.

A diferencia de otros cambios climáticos, las alteraciones actuales se están desarrollando a un ritmo relativamente rápido.

En consecuencia, las actividades del hombre constituyen la causa de las alteraciones en el sistema climático mundial que vienen produciéndose desde los albores de la industrialización, y con especial intensidad desde mediados de los años sesenta del siglo pasado.

El sexto y más reciente informe del IPCC -publicado en agosto de 2021- señala que muchos de los cambios observados en el clima no tienen precedentes en miles, sino en cientos de miles de años, y algunos de los cambios que ya se están produciendo, como el aumento continuo del nivel del mar, no se podrán revertir hasta dentro de varios siglos o milenios.

Según las proyecciones científicas, algunos de los impactos cuya probabilidad de ocurrencia se evalúa en más del 90 por ciento, son el aumento de las plagas, una disminución de la calidad del agua, una reducción de la calidad de vida en las áreas cálidas y un mayor riesgo de contraer enfermedades infecciosas, respiratorias y dérmicas.

Debido a la gran inercia del efecto invernadero provocado por los GEI, el planeta continuará calentándose a pesar de que se reduzcan sustancialmente las emisiones de esos gases, por lo que, en sentido estricto, el cambio climático no tiene solución. Es por ello que, desde hace ya unos años, la literatura especializada suele traer a colación dos conceptos alternativos, aunque complementarios entre sí, como son los de «mitigación» y «adaptación».

Las respuestas más pragmáticas y realistas al cambio climático contemplan, por un lado, acciones orientadas a atenuar su intensidad mediante la reducción de las emisiones de GEI; y por otro, estrategias dirigidas a minimizar la vulnerabilidad de las sociedades con el objetivo de amortiguar los impactos del calentamiento global.

 

La cuestión del cambio climático y la construcción de ciudadanía

La noción de ciudadanía como: “un sentido de pertenencia y de corresponsabilidad con la comunidad de la que uno forma parte, así como una práctica en el espacio de lo público que se nutre de los valores esenciales de la democracia” (González Gaudiano, 2003) es importante a la hora de pensar la transformación que necesitamos como sociedad para enfrentar el tema ambiental.

Ello es así, porque la legitimidad de las sociedades democráticas se funda sobre el principio de la ciudadanía. Hablar de ciudadanía es referirse a derechos y obligaciones; en palabras de Boudon podríamos decir que, en las sociedades democráticas modernas, vivir juntos, es ser ciudadanos juntos.

Es que la participación ciudadana reivindica sus derechos ambientales ante las autoridades locales, constituyen formas de co-construcción y de co-participación en el diseño y evaluación de políticas públicas locales, con una visión global, este es el reto: construir, participar, implicarse colectivamente desde lo local y, en consecuencia, influir también a nivel global.

Lo anterior es definido como el actuar del “ciudadano ambiental”, que es “el sujeto de derecho que exige y hace valer el derecho humano al ambiente, inseparable de la paz, la igualdad, la solidaridad, valores implícitos que en la actualidad deben entenderse a escala planetaria”.

En este sentido, el reciente Acuerdo de Escazú que entró en vigencia en abril de 2021, se enmarca como el primer acuerdo Regional sobre el Acceso a la Información, la Participación Pública y el Acceso a la Justicia en Asuntos Ambientales en América Latina y el Caribe, primero en el mundo en contener disposiciones específicas sobre defensores de derechos humanos en asuntos ambientales.

Esta iniciativa además de promover la participación pública en los procesos de toma de decisiones ambientales y acceso a la justicia en asuntos ambientales, tiene como objetivo la creación y el fortalecimiento de las capacidades y la cooperación, contribuyendo a la protección del derecho de cada persona, de las generaciones presentes y futuras, a vivir en un ambiente sano y a su desarrollo sostenible.

Esto es muy importante, porque  si entendemos la capacidad de respuesta de una población no como sinónimo de habilidad o destreza, sino desde la perspectiva de Amartya Sen como libertad positiva; es decir, como la oportunidad o ventaja real de una persona o de una comunidad de ser y de hacer algo valioso para sí mismo, que es precisamente lo que caracteriza la calidad de vida, es entonces obvia la relevancia que el concepto de ciudadanía ambiental y los mecanismos de participación revisten para enfrentar los retos ante el cambio climático.

 

La Ciudadanía global

Como se observa estamos frente a un problema que requiere transformaciones reales en un breve tiempo que permitan cambiar el actual paradigma de desarrollo.  Esto depende de la formación de una ciudadanía global, de ciudadanos preocupados, solidarios y comprometidos con el futuro de la vida en la Tierra.

Es que el fenómeno ambiental excede los límites geográficos, las fronteras y las soberanías nacionales, así se advierte de las conclusiones deI citado 6to. Informe IPCC que establece que “como consecuencia del cambio climático, las diferentes regiones experimentan distintos cambios, que se intensificarán si aumenta el calentamiento; en particular, cambios en la humedad y la sequedad, los vientos, la nieve y el hielo, las zonas costeras y los océanos.

Sin duda será necesario el cambio de la matriz energética que impactará en los patrones de consumo y producción, también tendremos que producir de manera más eficiente, no solamente desde el punto de vista económico, sino también ambiental y energético, pero  más allá de todo, será indispensable consumir de manera más eficaz, menos predatoria. El consumidor-ciudadano consciente será el actor de este nuevo paradigma.

Serán los ciudadanos conscientes los agentes capaces de exigir del sector productivo una producción más limpia, más respetuosa de la vida y del ambiente.

No obstante, no sólo deberemos afrontar un cambio de estilo de vida, sino que también tendremos que cambiar nuestras culturas e identidades, deberemos fomentar la solidaridad, la responsabilidad, y la conciencia de unidad global para defender la vida en el planeta y enfrentar al futuro de la humanidad.

En este sentido, ya en el año 1990 el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) estimaba que los migrantes climáticos alcanzarían los 200 millones para 2050, no obstante, un informe reciente advierte que el estrés hídrico, la seguridad alimentaria y los desastres naturales podrían desplazar a 1,200 millones de personas para 2050.

Como se observa, el tema nos exige pensarnos como una comunidad global más allá de nuestras diversidades y diferencias locales o regionales, ya que desde todos los ámbitos se tendrá que ampliar la noción de ciudadanía y las bases de la democracia ambiental.