Resulta inquietante -al menos para nosotras- el desarrollo y evolución que en los últimos tiempos ha dado lugar a la expresión de ideologías de extrema derecha que interpelan particularmente los derechos de las personas y el profundo concepto de libertad.

Quienes blanden estos pensamientos liberales, neo liberales, modernistas, libelos del mercado o cómo quieran nombrarse, han surgido de forma multicéntrica en diferentes estados de Europa y de América Latina.

En este sentido, desde hace más de una década tanto los trabajos académicos del ámbito de la sociología y las ciencias políticas, como los medios masivos vienen marcando esta tendencia que en diversos países, ciertos sectores de las derechas se desplazan hacia posicionamientos extremos.

Franco Delle Done señala que “….al incorporar la ideología de las derechas radicales a la agenda de los partidos tradicionales se habilita su discusión como políticas válidas y hasta necesarias. Se barajan ideas que claramente ponen en jaque principios básicos como los de la igualdad ante la ley, la protección de las minorías, la libre expresión e incluso los derechos humanos. Los discursos nativistas e identitarios que discriminan a millones por su procedencia, religión, color de piel u orientación sexual pasan de los márgenes de la política, donde solían estar tras la segunda guerra mundial, al centro del debate público.

En este punto es importante hacer una salvedad entre ideas e ideologías, ideas políticas tenemos todos, es imposible no tenerlas, aun cuando pudiéramos considerarnos apolíticos.  Una cuestión diferente es la ideología, en la que aparece la sistematización y la inclusión en un cuerpo de doctrina.  Una ideología es entonces, un universo de valores o conjunto de ideas que reflejan una concepción del mundo, codificados en un cuerpo doctrinal, con el objetivo de establecer canales de influencia y de justificación de sus intereses.

El problema surge cuando se observan políticas de estado, por aquellos que tienen la posibilidad de encabezar un gobierno, o quienes forman parte de la oposición del marco político de alocuciones que rondan el recorte de derechos y beneficios que muchos de los ciudadanos poseen por el sólo hecho de no ser parte del modelo hegemónico, patriarcal, liberal que plantean.

Corren los límites y son nada más y nada menos que los derechos de las personas, sí de los míos, de los suyos… que han visto su expresión, más acabada, en la Declaración Universal de los Derechos de 1948 inspirados en la Revolución de 1789.

La incesante propaganda y difusión de estas voces muestran ese desprecio por el concepto de Estado, de ser humano, de ciudadana/o.

Ahora bien, ante esta realidad, cabe preguntarnos ¿Cuál es la responsabilidad de los que nos consideramos librepensadores frente a la grieta, es decir, a la polarización, de nuestra sociedad?

La polarización ideológica implica que hay diferencias en las opiniones, orientaciones, disposiciones de los individuos que, de diferencias pasan a oposiciones. Esas oposiciones son más o menos conflictivas. Pero en general, cuando se habla de polarización se hace referencia a diferencias que se vuelven oposiciones porque se manifiestan como conflictos; de menor a mayor intensidad. En todos los casos, como  consecuencia de la polarización, las voces moderadas pierden poder e influencia. La polarización ideológica implica que hay diferencias en las opiniones, orientaciones, disposiciones de los individuos que, de diferencias pasan a oposiciones.

 Investigadores de las ciencias sociales advierten que la polarización afecta el modo en que se desarrolla el debate público y contribuye a producir imágenes sesgadas, estereotipadas y hasta falsas de la realidad.

Por su parte, el grado de polarización política de una sociedad es una variable clave, puesto que a mayor polarización, más difícil resultará generar consensos amplios entre grupos que permitan que la sociedad avance.   Javier García Arenas explica que una polarización elevada puede dar lugar a posiciones irreconciliables, lo que dificulta la posibilidad de alcanzar acuerdos.

En Argentina, un estudio del año 2021 realizado por Kessler y Vommaro basado en datos proporcionados por dos grandes grupos de encuestas, señaló que “la sociedad argentina se polariza en torno al conflicto económico-distributivo y al conflicto cultural-moral sobre la base de un consenso democrático sólido y de una identidad nacional asociada al “orgullo de ser argentino” más o menos asentada.

También el citado estudio arrojó que: “La sociedad argentina vive un proceso de polarización creciente arrastrado por los sectores ideológicamente definidos; al mismo tiempo hay amplios sectores sociales que tienden a moderar sus posiciones y a volverlas convergentes en muchos aspectos.

Ezequiel Ipar miembro del GECID Conicet UBA en la conferencia: “Polarización política y Polarización social: ¿Es posible desengrietar la sociedad argentina actual?”, explica que: “En general, es errónea la interpretación que sostiene que hay más polarización política que la polarización ideológica en la sociedad, (…) los grupos, en términos ideológicos, la población está más separada que lo que está en términos políticos.

Y sobre esto último, Ipar alerta que en cuanto a la polarización ideológica hay una difusión muy intensa de prejuicios sociales sobre todo los de racismo y xenofobia, y señala “…esas deberían ser posiciones ideológicas que si tendrían que haber quedado por fuera de la discusión sobre orientaciones de justicia, podemos discutir si es justo determinado impuesto o si es justa determinada constitución del consejo o por ejemplo el derecho al aborto eso entra dentro de lo moral; pero no podemos discutir en un Estado moderno el derecho a ser racista. (…) Ahí uno establece que racismo y xenofobia no pueden ser temas de la justicia y sin embargo lo están siendo, no solo en Argentina, tenemos el caso de Brasil y otros”.

En este punto, nos interesa recordar algunas nociones desarrolladas por Hannah Arendt sobre el totalitarismo que perduran en el tiempo y que son necesarias a la hora de analizar la cuestión de la polarización social.

Las máximas arendtianas en que desemboca su extraordinaria comprensión del totalitarismo son, en primer lugar, “Todo es necesario” y “Todo es posible”. El producto, combinación o intersección de ellas depararía a su vez un “Todo es recreable por la violencia”: toda la realidad es remodelable gracias a una violencia que no es instrumental sino sustantiva. A ello se añade, para la consumación de esta violencia reconfiguradora del todo de la realidad- la participación de sus miles de colaboradores y cooperadores algo así como un “Todo esto es más o menos normal”.

Así, nos preguntamos junto con Arendt ¿Cómo surgen estos modelos totalitarios? Podemos pensar que en el siglo XIX, las políticas imperialistas han desencadenado una serie de eventos que condujeron a la decadencia de Europa cómo bastión primigenio del pensar derechos, la acumulación de capital, las migraciones devenidas en cambios geográficos e invasiones demográficas, las expropiaciones, la industrialización, el desempleo.

Estados gigantes, burocráticos en extremo, administradores de violencia, desprecio y pobreza. En las antípodas del ciudadano común y de las instituciones naturales, todo profundamente devaluado. Instrumentando la violencia, el sometimiento y lo disruptivo, como forma de gestión legítima para controlar y castigar.

Es sobre la base de la polarización social, donde cada polo se cierra sobre sí mismo, que se produce en última instancia el desconocimiento de la alteridad, es decir de la empatía y conocimiento intersubjetivo, el “otro” pierde la condición humana y por lo tanto habilita el ejercicio de la violencia hasta la aniquilación.

Esto es importante porque en el “otro” se observan costumbres, tradiciones y representaciones diferentes a las del “yo”: por eso forma parte de “ellos” y no de “nosotros”. Por el contrario, en la alteridad se produce una ruptura con la mismidad, para aceptar la existencia de diversos mundos, dando cabida a la diversidad, y no dando por supuesto que la existencia o el pensamiento “de uno” es el único posible.

En el Siglo XX las guerras mundiales impactaron directamente contra la humanidad, con modelos totalitarios de discriminación, exilio, movilización, expatriación y expulsión por el sólo hecho de ser. Todos aquellos que padecieron de éstas circunstancias no pudieron en ningún caso hacer uso de los derechos humanos, ya no portaban el carácter de ciudadanos, no había estado que lo garantizase, al contrario, era el mismo estado en el que los desplazaba y relegaba.

Arendt sostiene “…La nación ha conquistado al Estado, el interés nacional tiene prioridad sobre la ley…” y así se produce la desnaturalización del concepto Estado – Nación, gestionando una acepción diametralmente diferente, basando la centralidad del estado, como la más alta autoridad que ordena el territorio, a quienes viven allí, regula también quienes van a ser uso de los derechos.

Quienes no sean incluidos serán desterrados, serán los invisibles, serán anónimos, no serán… Y no serán porque el sentido de pertenencia comunitario está abolido.

 

No es solo que ya tu tierra no es la tuya, sino que la tierra de tus padres, de tus hijos, de tus pares, no es la tuya. Esto trae una nueva dimensión, no sólo es la tierra, se despoja del derecho a la acción. Resumidamente el derecho a ser, a hacer y a estar.

Pero, volviendo a la cuestión de la  libertad se amplia,  Arendt lo resignifica, lo potencia, ya que el derecho a tener derechos se suma a la pertenencia y a la vivencia en comunidad, con el deber de responsabilidad recíproca. Esta responsabilidad requiere un diálogo, una posibilidad de reconocimiento del otro, de respeto del otro, pero ante una sociedad polarizada la capacidad de escucharnos, de considerar la posibilidad de la existencia de diversas voces se ve anulada, ni hablar la eventualidad de arribar a consensos constructivos.

Cuando nos planteamos éste tema para un artículo, la decisión tiene directa relación con la posibilidad de tener candidatos, para las próximas elecciones presidenciales, que planteen acciones desde la esquina más a la derecha de la derecha. Muchos aseguran no debemos de temerles, porque no han de llegar. No obstante,  tenemos ejemplos claros que sí llegan y sí despliegan políticas congruentes con su ideario, como los casos de Polonia y Hungría.

El movimiento Fidesz, en Hungría, se aseguró el control de las universidades públicas. No podemos dejar de recordar a los movimientos locales de la Reforma Universitaria del ´18,  pero con una búsqueda de inclusividad y universalidad diametralmente opuesta. Por su parte, Italia tiene una lidereza abiertamente restrictiva en lo referente a los derechos de todos, acaba de decretar la emergencia migratoria. Le Pen no cesa en sus intentos de disputar la presidencia de Francia, con gran apoyo. El Reino Unido ha nombrado un Primer Ministro conservador que viene del mundo empresarial. Vox ha entrado en el Gobierno de la Comunidad de Madrid. No olvidemos a Bolsonaro, Uribe, Trump.

Consideramos que esta coyuntura, una vez más, nos invita a cuestionarnos -por lo menos – como ciudadanos/as los discursos que ponen en duda  los valores democráticos y  los derechos de las personas, y que potencialmente puedan convertirse en ideologías que fomenten la violencia y la ruptura social.