La ballena azul, casi negra, nadaba lentamente. El agua helada y tan clara que, allá lejos, se veía un fondo de algas y arena limpias.

El animal, enorme, se hundía y cantaba.

Sonaba como Alan Parsons.

Una flauta doliente, un lamento por la vida, por el dolor del útero gigante que está por parir. Por parirme.

Escuché su canto y anhelé salir. Respirar.

La gigante me apretó; me empujaba sin cesar, mientras el silencio de la profundidad parecía un destino.

Mi corazón atado al suyo, al de la monstruo colosal que se lamenta por nuestra separación.

¡Ay Madre!, grité, mientras apareció mi cabeza por la boca de una caverna negra.

Me escupió y con mis dientes corté el cordón de sangre y pulsación entre la animal y yo.

La abandoné, ella hacia abajo, yo hacia arriba, no confié en mis pulmones, no tuve agallas para seguirla.

El aire helado ¡ay madre! me despertó y la perdí, la perdí para siempre.

Los ojos abiertos en mi habitación sin ventana.

Desde la cama veo el resplandor de la luz del pasillo que dejo encendida por las noches.

Desde niño tengo miedo.

Esta casa, alquilada, la elegí por el miedo.

Pocas aberturas. No está rodeada de vacío; el balcón del living comedor da a una pared.

A veces, alguna paloma perdida se atreve a pararse en la baranda; de sólo mirarla me da vértigo.

Pienso en la cocina, en un vaso de agua no muy fría, pero está lejos.

Salir del cuarto, caminar el pasillo, cruzar el comedor y pasar cerca de la peligrosa puerta de entrada.

Sólo de día es una puerta de salida.

De día puedo abrirla con confianza y salir a leer el diario en el bar de la esquina; me conocen y el mozo trae lo mío sin preguntar.

El sueño de la ballena, ¡ay madre!, quisiera olvidarlo.

La semana pasada intenté dormir en la otra habitación, la que tiene salida al balcón y la pared.

Hacía meses que no despertaba y creí estar curado.

Esa noche el sueño fue interminable.

Cada vez que roía el cordón umbilical, volvía a oír en mi corazón el eco poderoso del suyo, de fauces abiertas y sangre caliente.

Renuncié a la ventana y volví aquí, sin aberturas, creo para siempre.

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