El derecho a la libertad de expresión, conquista del hombre ilustrado, ideal de la Revolución Francesa, derecho indiscutible receptado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, parecería encontrarse incólume frente a los avatares del tiempo.  Según lo que todos sabemos este derecho subjetivo, base de una democracia y de una opinión pública libre, se basa en la libertad de pensamiento y opinión, y claramente es un requisito esencial para la búsqueda de la verdad y el progreso.

No obstante, la configuración de la sociedad actual se caracteriza por un avance tecnológico exponencial, que va perfilando una cultura basada en la hipercomunicación e interconexión.

Byung-Chul Han , filósofo y escritor surcoreano radicado en Alemania, en los ensayos de la última década se dedica a reflexionar en profundidad sobre la cultura y los rasgos de la sociedad actual, y sostiene que  la libertad de la que creemos disfrutar  no es para nada cierta.

Para el citado autor, la libertad de movimientos, de información, de expresión o de actuación no tienen nada de libres, sino que es todo un método creado para excluir, aislar y dominar.

En igual sentido, considera que la moderna tendencia a comunicarnos a nivel global es una herramienta del sistema capitalista, que incita y seduce a las personas para que se desnuden y expresen lo más posible a fin de conocer en profundidad los deseos y motivaciones y así poder manipularlas con mayor eficacia.

En virtud de lo expuesto, elegí este autor para analizar la vigencia de la libertad de expresión porque considero que su mirada crítica pone de manifiesto una realidad subyacente en la que los sujetos nos encontramos cegados por una ilusión de libertad.

 

El enjambre digital

Para Han el crecimiento del medio digital representa un cambio de paradigma puesto que determina por completo nuestras percepciones, sensaciones, pensamiento y hasta convivencia. La revolución digital produce un nuevo tipo de masa social que denomina “enjambre digital”. En realidad, el enjambre digital no es ninguna masa porque está formado por individuos aislados, a los que les falta un alma o espíritu de la masa, conformando un enjambre que no es coherente, a pesar de que en él reine la hipercomunicación.

Así dice que “La hipercomunicación destruye el silencio, sin el cual ni se piensa, ni se reflexiona, ni se es uno mismo”. Argumenta que para poder pensar y concluir, hay que poder cerrar los ojos y contemplar. Manifiesta que hoy ya no hay lengua. Hay ruido y el ruido de la comunicación por una parte, y por la otra, al cabo del hilo, sordera o mudez.

José Ignacio Galparsoro, en “Big Data y Psicopolítica. Vía de escape: de la vida calculable a la vida como obra de arte” señala que  la hipercomunicación lleva consigo un exceso y una aceleración, en la que  la hipercomunicación transparente recurre a la adición de elementos que pueden fácilmente ser acelerados. En cambio, un proceso que es narrativo no puede acelerarse y, por ello, tampoco puede hacerse operacional. De esta forma, se distingue claramente entre cálculo y pensamiento. El cálculo es transparente, mientras que el pensamiento no es transparente para sí mismo; no sigue caminos previsibles, sino que se entrega a lo abierto, a lo desconocido, a lo que no se puede prever o calcular por completo.

El pensamiento (que lleva implícito la narración) cede el paso al cálculo (la categoría dominante en el mundo digital). Lo aditivo engendra precisamente este ruido comunicativo. En el estilo literario del mundo digital, la subordinación gramatical cae casi en desuso; con ello, se evita la formulación de silogismos, y consecuentemente, se cercena gravemente el razonamiento.

José Ignacio Galparsoro y Rita María Pérez Pérez en “Revolución Digital y Psicopolitica”  manifiestan que la cultura digital no narra; el hombre digital se limita a digitar, es decir, a contar y a calcular. Todo se hace numerable para poder ser transformado en el lenguaje del rendimiento y de la eficacia.

En contraposición a la concepción clásica de la verdad (como a-letheia, es decir, como des-velamiento o des-ocultación), Han subraya que la transparencia característica de la información no es narrativa, sino que ha de estar abierta a cualquiera sin esfuerzo. Frente a la información, la verdad no se amontona. No hay una masa de verdad. En cambio, sí hay una masa de información, que Han distingue claramente del saber propiamente dicho.

La cuantificación de lo real a la que aspira esa masa de información no representa un conocimiento. Tomando a Hegel de referencia, el autor destaca que la aditividad o correlación representa  el nivel más primitivo del conocimiento. De la adición continuada no resulta un silogismo. El silogismo no es una adición, sino una narración. Los meros datos cuantitativos no permiten ningún tipo de silogismo o de conclusión. De ahí, concluye Han: “cuando hay datos, la teoría sobra. En esta medida, está claro que el Big Data no es sinónimo de un mayor conocimiento, más bien lo contrario: “el conocimiento total de datos es un desconocimiento absoluto en el grado cero del espíritu”.

Y en este punto es válido destacar lo que Hannah Arendt en  “El pensar y las reflexiones morales” señala sobre la capacidad de pensar, para ella una de las características principales del pensamiento es la invisibilidad donde el objeto de reflexión es lo que está ausente, alejado de la directa percepción de los sentidos.

Así, en el acto de pensamiento, cualquier reflexión que hagamos no sirve directamente al conocimiento, puesto que el pensamiento consiste en un alejamiento de la vida cotidiana en el que se interrumpe toda acción, o toda actividad ordinaria.

Platón ya había acercado una idea similar al afirmar que el pensar es un diálogo silencioso  que el alma mantiene consigo misma. Para ello, indefectiblemente el ser humano debe estar en cierto modo acostumbrado a su propia soledad.

Este distanciamiento y soledad del acto de pensamiento implica que la realidad queda suspendida, en una especie de paréntesis en el que, quien piensa se ha detenido ante ella y la ha puesto en cuestión. Entonces podemos afirmar que  el pensar implica una actividad crítica -que  etimológicamente significa separar, discriminar, juzgar, distinguir-.

Podría decirse entonces que para poder pensar, elegir y comunicar se necesita silencio y quietud.

Silencio y quietud para integrar y ordenar nuestros aspectos internos, para poder tener el suficiente nivel de autoconciencia para entrar en el “no tiempo” o “kairos” griego, que requiere un estado de conciencia receptivo, que permite acceder al conocimiento.

El silencio para captar la propia ignorancia, el silencio para la contemplación, el silencio como vía de acceso al conocimiento, a la revelación.

El conocer, el saber, son procesos lentos y largos. El “saber” tiene una temporalidad totalmente distinta: madura.  El conocimiento verdadero transforma, porque genera un nuevo estado de conciencia. El silencio abre al aprendizaje, a la reflexión, a la profundidad, al esclarecimiento de la mente y por lo tanto a la libertad de pensamiento, condición básica y necesaria como base de cualquier otra libertad.

 

Estudio de la violencia

En los ensayos sobre la sociedad del cansancio, la sociedad de la transparencia y finalmente en topología de la violencia, Han busca sacar a la luz las nuevas formas de violencia que se ocultan tras ellas. Según él la violencia ha mutado de visible en invisible, de frontal en viral, de directa en mediada, de real en virtual, de física en psíquica, de negativa en positiva, y se retira a espacios subcomunicativos y neuronales, de manera que puede dar la impresión de que ha desaparecido.

No obstante, hoy la violencia se mantiene constante y se ha trasladado al interior.

En su ensayo sobre psicopolítica describe un sistema de dominación que utiliza la seducción para que los seres humanos se sometan por sí mismos a su entramado de dominación, en lugar de emplear el poder opresor. El sujeto sometido no es consciente de su sometimiento. La eficacia de lo que el autor denomina “psicopoder” radica en que el individuo se cree libre, cuando en realidad es el sistema el que está explotando su libertad. Para ello, la psicopolítica se sirve del big data y del big brother digital, por medio de los cuales  se apodera de los datos que los ciudadanos entregan de forma efusiva y voluntaria. A través de ellos vigila y pronostica  el comportamiento de las personas y las condiciona desde un nivel prerreflexivo.

Cabe destacar que la libertad es una figura contraria a la coacción. Pero si la coacción se experimenta de forma inconsciente, se anula la libertad. La crisis de la libertad consiste en que percibimos la coacción como libertad y por lo tanto no hay lugar ni siquiera para la resistencia.

Se trata de un poder inteligente, sutil, flexible que escapa a toda visibilidad; no es excluyente, prohibitorio o censurador. El sujeto sometido no es consciente de su sometimiento.

Es un poder que cuida de que los hombres se sometan por sí mismos al entramado de dominación; en lugar de hacerlos sumisos, los hace dependientes. Este poder inteligente se ajusta a la psique de los individuos en lugar de disciplinarla y someterla a coacciones y prohibiciones. No impone ningún silencio, al contrario, exige compartir, participar, comunicar nuestras opiniones, necesidades, deseos y preferencias. En definitiva, es una forma de poder que exige contar nuestra vida.

Precisamente, la crisis de la libertad a la que Han se refiere consiste en que ésta no es negada sino explotada por esta nueva forma de poder.

De esta forma “el futuro se convierte en predecible y controlable”. Y la predictibilidad y controlabilidad contrasta con la apertura incierta hacia el futuro que es característica de la libertad de acción. Si todo es predecible y controlable, al ser humano se le cierra todo horizonte de futuro; su libertad creadora de futuro desaparece.

Galparsoro resume que el Big Data se mueve en el ámbito estadístico y se le escapa por completo aquello que conforma lo específicamente humano: no lo estadísticamente probable, sino lo improbable, lo singular, el acontecimiento. Por ello, puede Han anunciar apocalípticamente que “el Big Data anuncia el fin de la persona y de la voluntad libre”.

Para hacer frente a la manipulación que conlleva el dataísmo,  Han recurre al concepto de acontecimiento (postulado por Nietzsche y retomado por Foulcault y Deleuze). El acontecimiento es imprevisible, repentino; escapa a todo cálculo y predicción. En términos clásicos, el acontecimiento puede ser vinculado al concepto de “devenir” y la calculabilidad al de “ser”. El acontecimiento es la irrupción de lo inesperado. En el plano subjetivo, significa la irrupción en su seno de la diferencia. Un acontecimiento arranca al sujeto de la mismidad y le abre las puertas a convertirse en algo que no era, que no tenía previsto ser.

En términos de Han, el sujeto deja de ser transparente. Este sujeto que acoge el acontecimiento como algo positivo se libera de la sujeción a los hechos calculados de antemano. Puede sacudirse del sometimiento. Ello es interpretado por Han como una vía de oposición a la psicopolítica neoliberal, que tiende a someter por completo al sujeto.

Para Han, el arte de vivir “desarma la psicopolítica como medio de sometimiento” porque es un mecanismo de oposición a la intrusión de la psicopolítica liberal, que intenta penetrar hasta lo más hondo del sujeto, que con las técnicas de programación y control,se enfocan en producir sujetos satisfechos de su existencia como miembros de un enjambre, cuya única tarea es explotarse a sí mismo para contribuir al óptimo funcionamiento del sistema.

Por otra parte, Han toma a Deleuze como segundo autor como vía de escape de la psicopolítica digital. Deleuze afirma, de una manera provocadora, que los filósofos se hacen los idiotas. Se podría decir que lo que Deleuz e señala es que idiota es aquel que no transita por caminos ya trillados y, en esta medida, aquel que tiene acceso a lo totalmente otro. El idiota tiene la posibilidad de acceder al acontecimiento en el sentido más radical del término, lo cual le permite, según interpreta Han, escapar a “toda subjetivización y psicologización”. En un texto muy significativo, citado por Han, Deleuze afirma: “El idiota moderno no pretende llegar a ninguna evidencia […], quiere lo absurdo, no es la misma imagen del pensamiento. El idiota antiguo quería lo verdadero, pero el idiota moderno quiere convertir lo absurdo en la fuerza más poderosa del pensamiento, es decir, crear” ( José Ignacio Galparsoro y Rita María Pérez Pérez en “Revolución Digital y Psicopolítica)

El idiota entonces es quien huye de los consensos, reivindica su singularidad mediante el acto creador y, de esta forma, escapar de un mundo donde las diferencias se pierden en el mar de la comunicación ilimitada. El idiotismo representa una praxis de la libertad. Y esta aspiración a la libertad le hace parecer que está desconectado, desinformado. A los ojos de los demás es un “hereje moderno” porque “tiene el valor de desviarse de la ortodoxia”. El idiota se rebela al panóptico digital. Se niega a comunicar en un espacio que le vigila permanentemente.

 

La libertad de expresión

A la luz de lo expuesto hasta aquí, cabe preguntarnos ¿Qué libertad de expresión tenemos hoy?; ¿Nuestra opiniones, deseos y anhelos son realmente nuestros?, ¿Elegimos lo que queremos?; ¿Qué es lo que queremos?; ¿Cómo se forma nuestro deseo?; en definitiva, ¿somos libres?

En igual sentido debemos preguntarnos: ¿de qué sirve que hablemos de libertad de expresión, si en definitiva no es la realización de una verdadera libertad de pensamiento, o de una real libertad ontológica?.

Quizás nuestro mayor desafío sea hacer consciente a la sociedad que el ser humano  en su paso por el mundo debe producir acontecimientos, y no  limitarse a realizar lo que otros  esperan que él haga sobre la base de algoritmos.

Será que, desde los espacios y ámbitos donde nos desempeñemos, nos toque mostrar que la verdadera libertad de expresión sólo es posible en un mundo natural en constante devenir, es decir, ahí donde la sorpresa es aún posible, donde no hay manipulación.

Tal vez nuestra tarea, en ejercicio de una verdadera ciudadanía, sea denunciar los nuevos dogmas, las nuevas formas de esclavitud, y seguir trabajando internamente en pos de la libertar, enseñar que los hombres y mujeres son una obra de arte eternamente incompleta y, por lo tanto, susceptible de innumerables modificaciones, para intentar superar esa concepción que aspira a forjar al conjunto de la humanidad desde afuera y con un mismo molde, pretendiendo hacer de ella un todo indiferenciado y uniforme, y rebajar así al ser humano al papel de criatura que obedece sumisamente el dictado de una autoridad invisible… ayer Dios, hoy algoritmo.

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