Ante la ley -“Vor dem Gesetz”- fue publicado por primera vez en 1915 en el semanario independiente hebreo Selbstwehren.
En 1919 apareció en la antología Un médico rural. El autor lo incluyó en la novela El Proceso, publicada un año después de su muerte.
“…al cabo de años me atrevo a confesar mi imperdonable insensibilidad literaria;
pasé frente a la revelación y no me di cuenta”.
Jorge Luis Borges, sobre la obra de Kafka para la Biblioteca de Babel.
En este fascinante relato-parábola que comentamos hoy y sobre el que proponemos abrir el diálogo, encontramos una puerta, la puerta de la Ley que permanece siempre abierta, pero el campesino no puede ingresar a pesar de ser el único que hubiera podido hacerlo pues ese ingreso estaba destinado exclusivamente a él. Por su parte, el inexorable y duro guardián, paradójicamente no era más que un simple y rutinario trabajador. De inmediato surgen muchos interrogantes, acerca de qué es la Ley, quién es el guardián o porqué el campesino no ingresó de todos modos, interrogantes todos estos que se multiplican a cada relectura.
El discurso kafkiano pone en crisis el concepto de objetividad, la relación del ser humano con la cosa se ensambla través de una dialéctica realidad-apariencia. El relato es objetivo pero la narración es subjetiva. El lenguaje es simple, casi casual, pero el contenido es inquietante; quien haya leído un relato de Kafka jamás podrá olvidarlo.
En el capítulo La catedral, de El Proceso, el autor presenta una explicación a través del diálogo entre el sacerdote y Josef K. Para el sacerdote el guardián nunca engañó al campesino, muy por el contrario siempre le dijo la verdad, más aún su vida dependía de aquél pues debió esperar a que el campesino muriera para cerrar la puerta. Entonces, nos preguntamos si acaso Kafka está aludiendo veladamente a la dialéctica hegeliana amo-esclavo o si bien se estaba anticipando a la formulación de Hannah Arendt sobre la banalidad del mal. O si, muy por el contrario, se trata de una metáfora metafísica sobre el Uno trascendental. ¿El campesino encarna el mitema del antihéroe que no pudo develar el enigma de la Esfinge? Imposible no recordar aquí Apocalipsis 3.15-19: “…a los tibios los vomitaré de mi boca”.
Kafka nos interpela, no hay seguridades, todo vacila, no hay respuestas, o bien no hay respuestas únicas; sus personajes son criaturas frágiles condenadas absurdamente a vivir excluidas de una existencia normal, atrapadas en la esperanza fútil y aferradas a una ilusión tan vana como paradojal. La puerta siempre estuvo abierta para el campesino extranjero, pues era su puerta y solo en los prolegómenos de la muerte vislumbró un resplandor.
Pero la genialidad de Kafka radica en habernos convertido también a nosotros, sus lectores, en frágiles peregrinos que permanecemos frente a la puerta y queremos desentrañar al abstruso guardián que es el texto mismo, en la esperanza tal vez vana de intuir esa revelación que nos es esquiva pero que acaso Borges ya había vislumbrado.
“Ante la Ley hay un guardián. Hasta ese guardián llega un campesino y le ruega que le permita entrar a la Ley. Pero el guardián responde que en ese momento no le puede franquear el acceso. El hombre reflexiona y luego pregunta si es que podrá entrar más tarde. —Es posible —dice el guardián—, pero ahora, no.
Las puertas de la Ley están abiertas, como siempre, y el guardián se ha hecho a un lado, de modo que el hombre se inclina para atisbar el interior.
Cuando el guardián lo advierte, ríe y dice: —Si tanto te atrae, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda esto: yo soy poderoso. Y yo soy sólo el último de los guardianes. De sala en sala irás encontrando guardianes cada vez más poderosos. Ni siquiera yo puedo soportar la sola vista del tercero.
El campesino no había previsto semejantes dificultades. Después de todo, la Ley debería ser accesible a todos y en todo momento, piensa. Pero cuando mira con más detenimiento al guardián, con su largo abrigo de pieles, su gran nariz puntiaguda, la larga y negra barba de tártaro, se decide a esperar hasta que él le conceda el permiso para entrar.
El guardián le da un banquillo y le permite sentarse al lado de la puerta.
Allí permanece el hombre días y años. Muchas veces intenta entrar e importuna al guardián con sus ruegos.
El guardián le formula, con frecuencia, pequeños interrogatorios. Le pregunta acerca de su terruño y de muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y al final le repite siempre que aún no lo puede dejar entrar.
El hombre, que estaba bien provisto para el viaje, invierte todo —hasta lo más valioso— en sobornar al guardián. Este acepta todo, pero siempre repite lo mismo: —Lo acepto para que no creas que has omitido algún esfuerzo.
Durante todos esos años, el hombre observa ininterrumpidamente al guardián. Olvida a todos los demás guardianes y aquél le parece ser el único obstáculo que se opone a su acceso a la Ley.
Durante los primeros años maldice su suerte en voz alta, sin reparar en nada; cuando envejece, ya sólo murmura como para sí. Se vuelve pueril, y como en esos años que ha consagrado al estudio del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de pieles, también suplica a las pulgas que lo ayuden a persuadir al guardián.
Finalmente su vista se debilita y ya no sabe si en la realidad está oscureciendo a su alrededor o si lo engañan los ojos. Pero en aquellas penumbras descubre un resplandor inextinguible que emerge de las puertas de la Ley. Ya no le resta mucha vida. Antes de morir resume todas las experiencias de aquellos años en una pregunta, que nunca había formulado al guardián. Le hace una seña para que se aproxime, pues su cuerpo rígido ya no le permite incorporarse. El guardián se ve obligado a inclinarse mucho, porque las diferencias de estatura se han acentuado señaladamente con el tiempo, en desmedro del campesino.
—¿Qué quieres saber ahora? –pregunta el guardián—. Eres insaciable.
—Todos buscan la Ley –dice el hombre—. ¿Y cómo es que en todos los años que llevo aquí, nadie más que yo ha solicitado permiso para llegar a ella?
El guardián comprende que el hombre está a punto de expirar y le grita, para que sus oídos debilitados perciban las palabras. —Nadie más podía entrar por aquí, porque esta entrada estaba destinada a tí solamente. Ahora la cerraré”. Franz Kafka.
Extraído de: http://www.ataun.eus/BIBLIOTECAGRATUITA/Clásicos%20en%20Español/Franz%20Kafka/Ante%20la%20ley.pdf
*Aclaramos que es una elección del traductor escribir Ley con mayúscula, pues en lengua original, alemán, todos los sustantivos llevan mayúscula. En su traducción, Borges utiliza la mayúscula.
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Muy bueno! Excelente análisis! Un comentario: Kafka quedó muy impresionado por las formas burocráticas del estado moderno. Su experiencia como trabajador judicial le permitieron ver en la actividad de la administración judicial, en sus prácticas y en su lenguaje el grado de enajenación (“entäußerung”) del estado ante la comunidad. Una cuestión muy trabajada por la filosofía (Hegel) y la sociología (Weber) alemana. Basta pensar que el hermano de Max Weber fue profesor de Kafka.
Creo que se puede tomar aquí el concepto de la desrealización (la “entwirklichung” hegeliana) de lo social/universal frente a sí mismo, que en el plano político o del espíritu absoluto (entendiendo lo político como la expresión concentrada de lo social) se erige como una manifestación de la desrealización del ser humano. Cabría acá una inversión del concepto de la “entwirklichung” que según Hegel acababa siendo superada en forma temprana con la coronación del rey Guillermo Federico IV.
Saludos!
Qué gran texto y análisis! Mi descubrimiento del día.
¡Excelente reflexión! ¡Bravo!
Impecable!
Excelente!!