Toda idea, cualquiera sea, no es estanca ni representa, en sí misma, una verdad absoluta;
por el contrario las ideas son flexibles, mutables, adaptables y nos dan la posibilidad de rectificación o ratificación.

 

 

Bandera insigne de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad son tres ideales que aúnan la aspiración de progreso de la humanidad toda y, en donde, la búsqueda de consecución de uno conlleva, de manera concatenada, la aspiración de concreción de los otros.

Las revoluciones burguesas, de las cuales fueron protagonistas la Revolución Francesa y las distintas Revoluciones emancipadoras de América, proponían una nueva idea de sociedad diferente a la establecida históricamente. Sus pensadores y actores buscaban una renovada forma de ejercicio de la ciudadanía, de la libertad, se replantearon las estructuras de poder, de gobierno y formas de estado, activaron un nuevo sistema económico y de distribución, entre tantos otros cambios; algunos se obtuvieron y otros siguen siendo parte irresoluta de aquel ideario, pero no podemos dejar de ver que la sociedad actual es hija de esos ideales de la Ilustración, y desde hace un tiempo este paradigma está transitando una crisis y , con ella, la búsqueda de nuevos cambios.

Toda idea, cualquiera sea, no es estanca ni representa, en sí misma, una verdad absoluta; por el contrario las ideas son flexibles, mutables, adaptables y nos dan la posibilidad de rectificación o ratificación que podemos tener sobre ellas. Si tomamos la idea de libertad, y la reactualizamos y contextualizamos en la contingencia que estamos transitando como humanidad actualmente, seguramente nos enfocaremos en diversos aspectos de la libertad tanto individual como colectiva.

Hoy podemos decir que en algunos aspectos hemos adquirido mayor autonomía y reconocimiento del ejercicio de nuestras libertades (de sexo, creencias, ideológicas, etc.) las que otrora fueron de hecho, y muchas veces silenciadas y escondidas, hoy algunas son de hecho y de derecho. Es por ello que, en lo que refiere a la expansión y reconocimiento de libertades de diversa índole, es un camino que seguimos transitando y ampliando, en donde se vuelve a poner en valor la autonomía del ser humano, su propia construcción del ser, en una sociedad en donde se empieza a valorar las diferencias y particularidades y se busca romper con “la media”, lo estándar, lo uniforme. Vamos avizorando una sociedad en donde la libertad nos permite potenciar las aptitudes particulares de cada ser humano, entendiendo que la riqueza está en la diversidad y aprendiendo a convivir en armonía con lo diferente.

Es así que solo desde el pleno ejercicio de nuestra libertad, la cual permita manifestar las infinitas posibilidades intrínsecas de nuestro ser, y desde el ejercicio de la empatía y tolerancia hacia lo diverso, podemos entender que las diferencias no existen, o que tal vez no son tales, y que en esencia somos todos lo mismo; ahí radica la plena conciencia de la Igualdad y la posibilidad de que la misma exista efectivamente.

Desde lo particular del ser humano no habrá igualdad posible sin comprender conscientemente nuestra esencia común. Claro está que si trasladamos el concepto a lo social y colectivo a la luz de la sociedad actual, la tolerancia sigue siendo una tarea en desarrollo, pero no imposible. Vivimos en una sociedad de polaridades, de “Boca y River”, de “izquierda o derecha”, todo se resume entre los que están en una vereda o la otra ante cualquier situación que se plantea; pareciera que debemos inmediatamente tomar posición y defender la misma a como dé lugar, porque no vaya a ser que nos consideren “indecisos, tibios o panqueques”; así la inflexibilidad (con el grado de intolerancia que tiene en su raíz) se comienza a convertir en norma y la flexibilidad adquiere carácter de disvalor.

La crisis humanitaria que estamos viviendo hoy demanda tolerancia, respeto y compromiso, entre otras cosas. La universalidad de la situación nos deja una gran enseñanza: nos necesitamos unos a otros mancomunadamente para salir adelante. Si deseamos que resurja una nueva humanidad esta debe concebirse desde el ideal de fraternidad universal, asimilando que “lo que yo hago repercute en el todo, lo que todos hacen repercute en mí”. La nueva visión humana cada vez entiende menos de fronteras, no se basa en aquellas cosas que nos diferencian (nacionalidad, idioma, sexo, etc.) poco a poco todo ha ido y sigue adquiriendo un carácter universal. Hay quienes afirman que estamos en la época de la “Transmodernidad” en donde nos encontramos socialmente atravesados por la transversalidad de las cosas que acontecen.

La crisis humanitaria que estamos viviendo hoy demanda tolerancia, respeto y compromiso, entre otras cosas. La universalidad de la situación nos deja una gran enseñanza: nos necesitamos unos a otros mancomunadamente para salir adelante.

Desde la máxima expresión de libertad y autodeterminación del ser individual podemos potenciar el sentimiento de igualdad esencial con el Todo, y sintiéndonos parte del Todo la hermandad universal es su resultado natural.

Tomo para finalizar una frase de José Saramago: “El Caos es un Orden a descrifrar”; la experiencia actual ha venido a dejar de manifiesto y de manera abrupta las falencias y aciertos de una sociedad que ya venía transitando un cambio, la crisis de estructuras y los planteos que venían surgiendo al respecto se aceleraron de manera abrupta; pareciera que un nuevo caos surgió y de él surgirá un nuevo orden, que deberá ir de la mano del esfuerzo mancomunado de todas y todos para descifrarlo y para que surjan así las esperanzas de una mejor humanidad, la nueva re- evolución del Ser social.