A comienzos del siglo XXI la crisis del neoliberalismo en América Latina propició la extensión de nuevas experiencias de gobierno inscriptas en el llamado “giro a la izquierda” de los países de la región. En general, los autores ubican el renacimiento del populismo latinoamericano en la elección de Hugo Chávez en Venezuela en 1998, sucedida por múltiples elecciones de gobiernos populares en la región.
No obstante, Pierre Rosanvallon en su libro “El siglo del populismo” señala que en América Latina destacan populistas de la vieja y de la nueva escuela, identificando como pioneros a Jorge Eliécer de Gatián en Colombia y Juan Domingo Perón en la Argentina, y a Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador como la nueva generación populista.
Las nuevas experiencias políticas revigorizan el debate en torno al populismo como fenómeno político, sobretodo en determinar la configuración del fenómeno para dar explicación a su persistencia, ¿por qué subsiste el populismo en América Latina?, ¿Qué hay detrás de estos caudillos fuertes y autoritarios? ¿Cuál es la palabra mágica que explica su influencia y dominio sobre los demás? Sin duda, la respuesta podría ser “carisma”, vocablo equívoco como pocos, que requiere ser analizado para una comprensión real y que, por tanto, será el puntapié inicial de este artículo.
¿Que se entiende por liderazgo carismático?
Según diferentes diccionarios, “carisma” es una palabra de origen religioso que significa: “don de la gracia divina” o “cosa libremente dada”. Proviene de la palabra latina charisma y ésta, a su vez, de un vocablo griego que significa “gracia” o “beneficio”.
Para Weber “el termino carisma será aplicado a cierta cualidad de una personalidad individual, por una virtud de la cual destaca de los hombres comunes y es tratado como si tuviera poderes o cualidades sobrenaturales, sobrehumanos o, por lo menos, específicamente excepcionales”. Así, el poder del líder carismático se entiende como un poder de carácter personal que, por su naturaleza de orden religioso, es distinta a toda otra fuente de autoridad; por esa razón se rige por sus propios límites y determinaciones internas.
Cabe destacar que el carisma, conforme lo define Weber, es diferente de la popularidad o encanto personal de cualquier celebridad pública porque el líder carismático emerge con un sentido extraordinario, que demanda reconocimiento, lealtad y compromiso con su propósito, y es sostenido porque sus cualidades son reconocidas por la gente, que lo considera dotado de sabiduría, heroísmo y dones mágicos.
Por lo tanto, el vínculo que une al líder con sus seguidores es místico. Martín Arranz señala, al respecto, que el líder es la “proyección simbólica de un ideal (…). Se le atribuyen a menudo cualidades que no posee, pero con las cuales es poco a poco investido por el rito social de la veneración”. El haber realizado algún acto extraordinario o fuera de lo común es uno de los elementos que genera la relación de liderazgo carismático. El líder sobresale delante de sus seguidores por los obstáculos que ha sorteado para tener éxito, por el sacrificio, los riesgos y la importancia de la acción.
Los atributos personales del líder son el segundo aspecto importante del liderazgo carismático, su apariencia física y los símbolos con los que rodea su imagen son los elementos que permiten identificarlo con los mitos que invoca. Como señalan Álvarez Junco y González Leandri, a través de la construcción de metáforas, el líder es asimilado a los iconos de la cultura, y por ello el discurso oficial se dirige a transformar las visiones e interpretaciones que se desarrollan en las clases subalternas. Así es como la figura del líder carismático se relaciona íntimamente con el discurso populista.
De forma sintética podemos concluir con House que rasgos generales de estos líderes son: tener confianza en sí mismos, poseer convicciones firmes, articular una visión, ser capaces de emprender un cambio, comunicar expectativas elevadas, sentir la necesidad de influir en los seguidores y manifestar entusiasmo y emoción.
El tema de la identidad
Desde la sociología se entiende que el vínculo social del individuo es trascendental, de tal modo que la identidad es una red integradora de roles individuales en respuesta a las expectativas del medio social y de las instituciones. Los criterios más importantes que explican el paso de la identidad individual a la identidad colectiva están compuestos, entre otros, por mitos fundadores que hablan de los orígenes comunes que se remontan en el tiempo y los sitúan en el espacio; por recuerdos históricos y referencias a los héroes; y por vínculos simbólicos que unen a los vivos con los ancestros.
Alexandre Dorna indica que los mitos se hacen parte de un discurso bajo la forma de una memoria cultural en la que se mezclan los hechos y las ficciones, a fin de dar coherencia al conjunto. Por ello, el discurso político identitario es una selección de eventos parecidos, a fin de ocultar las diferencias y de reforzar la experiencia global de la comunidad, introduciendo la amalgama de las experiencias individuales y la presencia de figuras representativas (héroes, líderes, actos, accidentes, leyendas, recuerdos, etc.) en el contenido de las narraciones.
La identidad se constituye como el resorte que regula la interacción de individuo y sociedad, y permite la formación de una identidad simbólica común, cuya existencia es reconocida por todos e interpretada por cada uno. Por consiguiente, de aquí es de donde extrae sus contenidos el discurso populista del líder carismático, interpretándolo y reconfigurándolo.
El líder carismático y el discurso populista
El discurso populista es, según Alexandre Dorna, una “oración” exuberante de crisis, generalmente sostenida por líderes percibidos como “salvadores”. Por su parte, Ernesto Laclau sostiene que el populismo es un modo específico en el que las demandas populares se articulan, estableciendo una lógica de la política entendida como dinámica de institución de lo social. El citado autor describe el populismo como una práctica política específica, por lo que el análisis debe centrarse en el conjunto de estrategias, discursivas y de condiciones, que han propiciado el surgimiento de los discursos populistas.
En general, este tipo de discurso aparece en condiciones particulares, vinculadas con el sufrimiento, con la crisis social y con situaciones de fuertes expectativas para gran parte de la sociedad. Por esa razón las palabras de los líderes populistas se sostienen sobre una dinámica de ruptura con el status quo, entrelazando elementos racionales y emocionales.
El discurso populista emerge siempre asociado a una situación de crisis social, cuando la cohesión social se encuentra degradada o en proceso de desintegración. En esas circunstancias la sociedad pierde la noción de proyecto común y se identifica con sentimientos de decepción, frustración y expectativa, que se encadenan a su vez con emociones difusas y contradictorias de orden y de cambio.
Dorna señala que el populismo no es un simple movimiento de masas, sino la respuesta de las masas a la acción, que se juzga valiente, de un hombre carismático. El estilo del líder es importante. Generalmente su energía es contagiosa y el líder carismático utiliza la retórica y la seducción, acompañadas por una energía extraordinaria y una gran visión de futuro.
Por su parte, el discurso populista se caracteriza por el fondo emocional que lo sostiene y por una fuerte apelación al pueblo, con la evocación de los grandes mitos fundadores. Los símbolos juegan un rol de reconocimiento acelerado por la esperanza de una vuelta al equilibrio anterior. El líder encarna la tradición y la innovación, con una voluntad que no admite réplica.
El discurso populista requiere del líder carismático una plasticidad pragmática y una habilidad emocional exuberante, se destaca por un contacto directo, un diálogo con todos y por mantener una comunicación horizontal y calurosa. Los intercambios son abiertos, vivaces, directos.
Se requiere que el líder carismático populista posea un gran manejo de las emociones y capacidad para manipular las cuerdas más sensibles de la afectividad; esta característica va más allá de un rasgo de carácter: es una forma de saber.
Elementos del discurso populista
El discurso y la retórica populistas radicalizan el elemento emocional de todo discurso político. Álvarez Junco señala que el discurso político “no quiere notificar ni explicar sino persuadir, conformar actitudes (…) responde a inquietudes y problemas, da seguridades”. Generalmente el discurso divide a la sociedad en dos campos políticos antagónicos: el pueblo versus la oligarquía, un enfrentamiento que es total, que no admite la posibilidad de compromiso ni de diálogo.
Se observan muchos indicadores lingüísticos que refuerzan este discurso: la fuerte frecuencia de los verbos fácticos, la personalización del discurso, y la utilización reiterada de las modelizaciones. También se nota la utilización de la tercera persona del singular y una forma simplificada de la expresión (pobre en vocabulario, que elimina conceptos abstractos y razonamientos lógicos complejos). El líder utiliza frases cortas, con proposiciones e imágenes recurrentes, pero el signo distintivo es la tendencia a componer bloques argumentativos.
Los principales referentes del discurso populista son: la nación, el pueblo, el “nosotros“, la élite (connotada negativamente), la patria, nuestro país, los poderosos, los ricos, los abandonados, el trabajo, la familia, el esfuerzo nacional, la soberanía, los valores tradicionales, y la seguridad individual y nacional. Estas referencias suelen ir acompañadas de una dramatización y teatralización de los desafíos y las elecciones políticas, con una llamada a la cohesión nacional en torno a símbolos que reivindican a los grandes mitos nacionales, a los fundadores y a las imágenes populares.
El populismo expresa una forma discursiva que trata de articular las interpelaciones que le dieron una razón de ser inicial, en un tiempo y en un espacio político identificable, en el seno de una cultura y una historia, cuya herencia pertenece al pueblo y se encuentra en el substrato de su memoria nacional.
El tratamiento de la articulación se hace entonces sobre la base de individuos unidos por vínculos nacionales. Es precisamente este telón de fondo de significaciones compartidas el que le permite querer sobrepasar los antagonismos y las divisiones políticas tradicionales.
Referencias: ÁLVAREZ DE MON, Santiago (2000), El mito del líder, PricewaterhouseCooper, Madrid; ALVAREZ JUNCO, José y GONZALEZ LEANDRI, Ricardo (1994), El populismo en España y América, Catriel, Madrid; DORNA Alexandre, Materiales para el estudio del discurso populista, en http://psicologia.academia.cl/dorna.doc; GOLEMAN, Daniel (1996), Inteligencia emocional, Kairós, Barcelona; HOUSE, Robert J. (1977), A 1976 Theory of Charismatic Leadership, en Hunt, James G. y Larson, Lars L. (eds.), Leadership: The Cutting Edge, Southern Illinois University Press, Carbondale, IL; LACLAU, Ernesto (2005), La Razón Populista, Fondo de Cultura, Buenos Aires; MARTÍN ARRANZ, Raúl (1987), “El liderazgo carismático en el contexto del estudio del liderazgo”, en Álvarez Junco, José (ed.), Populismo, Caudillaje y Discurso Demagógico, Centro de Investigaciones Sociológicas, Madrid; RAMOS JIMÉNEZ, Alfredo (2001), “Viejo y nuevo. Partidos y sistemas de partidos en las democracias andinas”, Revista Nueva Sociedad, nº 173, mayo-junio, Caracas; ROMERO, Juan Eduardo (2005), “Usos e interpretaciones de la historia de Venezuela en el pensamiento de Hugo Chávez”, Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, vol 11, nº 2, pp. 211-23; WEBER, Max (1997), The Theory of Social and Economic Organization, Free Press, Nueva York.