A principios de  2020 la revista The Lancet  anunciaba que las relaciones de género y su consecuencia sobre los derechos fundamentales se habrían de agravar por causa de la pandemia.  Sería, anticipaba, un año crucial para las mujeres desde una perspectiva de la salud y de los derechos fundamentales.

Justamente en 2020, cuando la prestigiosa revista formulaba tal anuncio,  se cumplían veinticinco años de la Declaración de la Conferencia sobre las mujeres de Pekín; y  veinte años de la Resolución sobre las mujeres del Consejo de Seguridad de la ONU. El mencionado año  ha marcado una fuerte inflexión en el tema de paridad de género con una trágica profundización de las desigualdades.  En efecto, la epidemia se ha constituido en una cesura, un signo de fractura, de discontinuidad que, en su excepcionalidad introduce una pausa, porque a nivel temporal existirá de ahora en más un tiempo pre Covid-19 y un tiempo post, sin embargo los efectos sociales no habrán de ser homogéneos ya que cada realidad está íntimamente ligada a la circunstancias particulares e inmediatas de cada uno de los diferentes grupos sociales.

El distanciamiento social impuesto en nuestro país y, con diferentes matices, en todo el mundo,  ha sido el factor que más ha influido en tales disparidades de género sobre todo si consideramos el trabajo doméstico y de cuidado realizado a título gratuito. A la crisis sanitaria y económica se sumó una crisis del cuidado enancada en la cultura patriarcal jerarquizada.

Si bien cualquier ser humano está en situación de poder contagiarse, no podemos por ello decir que la pandemia ha atacado a todos del mismo modo o, como sostienen muchos, que ha sido niveladora al enfrentarnos a todos por igual al mismo tipo de infortunio;   muy lejos de ello,  en realidad ha demostrado operar con diferente impacto en los distintos estratos sociales, pero siempre golpeando con mayor contundencia los grupos en situación de alta vulnerabilidad, entre los que se destaca la mujer y muy especialmente la mujer pobre.  No queremos dejar de mencionar la situación de personas del colectivo LGBTQIA+ que, perdiendo su trabajo, han debido retornar a sus casas familiares lugar donde acontece un tercio de la violencia contra esta población.

Por otra parte, también es cierto que los dispositivos de excepción que impone la biopolítica, que ya había anticipado Michel Foucault, no parecen querer ver más allá del contexto inmediato para el que fueron creados y en todo caso no formulan diferencias por género, si bien sus consecuencias como hemos dicho impactan más en los grupos más vulnerables o subalternizados.

En efecto, la biopolítica es una matriz de poder que regimenta a la población en todas sus facetas, y la trata como un organismo estadístico, este paradigma, para Foucault, se comienza a gestar a partir de la Revolución Francesa con nuevos discursos higienistas, preocupación por la salud, el psicoanálisis, la producción de alimentos, los discursos inmunitarios, las vacunas, etc. El cuerpo humano es un instrumento que el poder explora, desarticula y recompone.

Esta intervención fue llevada a cabo en su primera fase por un dispositivo arquitectónico primero y luego farmacológico, el panóptico, que produce la llamada sensibilidad en serie. Este modelo es utilizado tanto para una cárcel, una fábrica, una escuela o un hospital.

Opera sobre una serie de etapas sucesivas en los distintos ámbitos, en la escuela primer grado, segundo, etc.; en el hospital terapia intensiva, terapia media, habitación común; en la fábrica ensamblado, montaje, etc. Se trata de una subjetividad en serie que progresa a medida que pasa por las distintas fases o grados y en cada uno de los cuales se aplica a todas las personas el mismo protocolo entendiendo que todas y cada una de estas subjetividades son idénticas.  Este paradigma,  que dará lugar al modelo fordista, opera a través de instituciones de encierro donde las individualidades son serializadas en una intervención masiva de los cuerpos que se ensambla en una lógica general. Cada ladrillo se incorpora a la pared, como en el film The Wall. Byung-Chul Han llama la etapa superior de ese proceso psicopolítica  y es la que genera el sujeto del rendimiento, que se pretende libre pero actúa como un esclavo adicto al trabajo que se explota a sí mismo, y donde el burnout y la depresión son la expresión cabal de la profunda crisis de libertad de la que hablamos.

Hoy son muy raros aquellos que intentan realizar un análisis político de la pandemia  serio y contextuado en la realidad socio histórica. En otras palabras, la seguridad sanitaria se transformó más que nunca en parte esencial de las estrategias políticas nacionales e internacionales.  Porque el poder que se ejerce psicobiopolíticamente engendra la llamada política del “terror sanitario” como instrumento para gobernar y disciplinar al pueblo sobre la base de lo que era definido como el “worst case scenario”.   Este peor escenario permite la construcción de una “realidad” donde los datos son presentados de manera de favorecer comportamientos que permiten gobernar en forma de “excepción”.

Así, una batería de cuidados refuerza la adhesión a las políticas de estado que se oponen a la entropía social suscitando en las personas un sentimiento de civismo heroico, donde las obligaciones cívicas impuestas por el estado de excepción son presentadas como deberes históricos en un marco moral de heroicidad y epicidad frente a un evento que se lo categoriza como único e inusitado, una especie de castigo bíblico, haciendo creer que se está viviendo tiempos únicos de una dimensión cuasi mítica,  cuando en realidad las pestes han existido siempre a lo largo de toda la historia de la humanidad.

Es evidente que estamos frente a una situación donde está en juego un nuevo diseño de paradigma dirigido a una etapa superior de la psicobiopolítica: la bioseguridad, donde una progresiva decadencia de las ideologías y de los modelos de liderazgo llevaron a los ciudadanos aceptar limitaciones en las libertades que antes tal vez no aceptarían ya que este modelo demostró ser capaz de presentar una cesación de toda actividad política y sin más conculcar derechos subjetivos. Resulta así casi paradojal que los grupos que solían defender las libertades, reivindicar derechos y que denunciaban violaciones, ahora  aceptan sin reservas limitaciones a expensas de meros decretos de dudosa constitucionalidad que, tal vez, ni el fascismo hubiera soñado que podría imponer. Nuestro país ha transitado la cuarentena o lockdown más larga del mundo y el resultado no fue haber ejercido un control sobre el virus sino sobre las personas.

Sumada a la ya de por sí situación disvaliosa en que se encuentra la mujer en toda sociedad patriarcal, donde la estructura condensa y naturaliza los valores y normas androcéntricas instaurados por las generaciones previas, la pandemia ha profundizado la feminización de la pobreza, la subalternidad y el silenciamiento.

 

Datos de la CEPAL –Observatorio de Igualdad de Género
Tiempo promedio destinado al trabajo remunerado y no remunerado de la población de 15 años de edad y más, por sexo, según país, último período disponible (Promedio de horas semanales) en época de prepandemia.

 

Aunque la red vincular constituye un factor intersubjetivo de sostén, la precarización  y la pérdida de empleos ha afectado más  a la mujer que al varón, donde muchas de ellas debieron resignar sus trabajos profesionales para dedicarse a las tareas de cuidado.  Además la situación de encierro, en sectores que viven penurias de espacio derivó en un  aumento de la violencia intrafamiliar contra la mujer.  Así también se verificó un incremento de las formas de violencia  on line, que incluyen la persecución, el bullyng y el trolling sexual.

Lo que hasta aquí venimos diciendo, así lo profetizaba Simone de Beauvoir: “No olvidéis nunca que bastará con una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres se cuestionen. Estos derechos nunca son adquiridos”.

Señala la periodista inglesa Helen Lewis  en The Atlantic que cuando muchos pregonan que el distanciamiento social y el teletrabajo facilitan la creatividad, recordando que William Shakespeare e Isaac Newton tuvieron sus mejores procesos creativos durante la situación encierro ocasionada por la peste en Londres en 1606 primero y en 1665 después, se olvidan que ninguno de ellos tenía a su cargo tareas de cuidado, de lo contrario, una cuarentena jamás les habría dado el tiempo y la serenidad de ánimo necesarios como para escribir King Lear o desarrollar una teoría de la óptica.

En efecto, el aspecto multifacético de la presente crisis es de naturaleza civilizacional, donde las contradicciones de las relaciones sociales han profundizado su nivel de tensión a sus máximos niveles y, lejos de buscar un enfoque victimista, no podemos obviar que los sectores vulnerables soportan la mayor carga de tales efectos.  Las nuevas interrelaciones en la sociedad pandémica pueden obturar la visión de esta creciente desigualdad que la peste sin embargo no ha creado, pero la ha evidenciado y la ha agudizado aún más.

El mundo post-covid deberá  profundizar  el enfoque de género en todos los espacios de la vida pública y privada  para así poder reconocer y neutralizar  el impacto diferencial de la pandemia.  Urge para el ser humano generar un replanteo social de cara al futuro, ya no es posible retrogradar al esquema de familia nuclear de los ’50/60 donde el varón, luego de su jornada laboral, regresaba a un hogar con la comida lista y los niños bañados.  La humanidad se deberá encaminar hacia un nuevo pacto social, el nuevo pacto  de género de la sociedad post-covid.