“El observa el árbol de la vida, cuyas raíces alcanzan el infierno y cuya copa toca el cielo. Ya no conoce más la diferencia. Lo ardiente es el Eros en forma de llama. Alumbra en tanto consume. Lo creciente es el árbol de la vida, reverdece en tanto acumula materia viva. El Eros arde y se extingue, el árbol de la vida, por el contrario, crece lenta y constantemente a través de los tiempos incalculables. Bien y mal se unen en la llama. Bien y mal se unen en el crecimiento del árbol, vida y amor se enfrentan en su divinidad”.
Carl G. Jung, El Libro Rojo
Desde que el ser humano ha comenzado a dejar su huella sobre la Tierra, el simbolismo del árbol ha estado siempre presente como uno de los mitemas nucleares en todas las tradiciones.
A través del tiempo, las distintas culturas han tenido su árbol sagrado: los celtas el encino; los escandinavos, el fresno; los hindúes la higuera. Varios dioses de la antigüedad estaban asociados a un árbol, Osiris, dios egipcio de la resurrección estaba relacionado con el cedro; el dios romano Júpiter, con el encino y Apolo con el Laurel.
Este elemento ha sido esencial en los mitos cosmogónicos, entre los celtas, los judíos o los mayas donde se constituye como fundacional y elemental en la primera etapa del universo. “El Primer Árbol” que durante la Creación Maya fue plantado para separar las aguas del cielo y de la tierra aun puede ser visto en los grabados de piedra de América Central.
El árbol es pues dador de vida, intermedio entre lo eterno y lo efímero, representa también la inmortalidad y el ciclo de la vida al relacionarlo con las estaciones del año, y como tal también está presente en el ciclo de la vida del ser humano, en la cuna y en el ataúd.
Éste como todo símbolo es polisémico. Según el Génesis: “pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis”.
Por eso existen los dos árboles, el del paraíso que es de sabiduría, y el árbol del bien y del mal que es el de la dualidad, cuyo fruto aleja al ser humano del Principio. En esta interpretación, -la más cercana a la naturaleza física del vegetal-, el árbol es fuente que origina y proporciona frutos y éstos son de la misma naturaleza que su fuente.
En el sentido más amplio, el árbol representa la vida del cosmos en perpetua generación y evolución, pero sus significados más comunes son muchos: verticalidad, eje o centro del mundo que une el cielo y la tierra, así como también ciclicidad de los periodos estacionales, de la vida, muerte y regeneración. Constituye un símbolo axial y representa también el eje del mundo y, tal como lo es el ser humano, es un mediador entre el cielo y la tierra.
Pone en comunicación los tres niveles del cosmos: el subterráneo, donde se desarrollan la semilla y sus raíces; el terrestre donde nace y crece su tronco y sus ramas, y el celeste, donde el aire de las alturas mece sus hojas, elevando al cielo sus ramas y haciendo que sus flores y frutos se abran a la luz del Sol. A las raíces del árbol corresponden los dragones y serpientes como fuerzas originales primordiales; al tronco, animales como el león, el unicornio y el ciervo; y a la copa corresponden aves y pájaros que simbolizan los estados superiores del ser.
Desde este punto de vista el árbol es como el ser humano, incluso físicamente le es semejante pues el ser humano también tiene un tronco o eje central del cual salen las ramificaciones, los brazos y las piernas que a su vez se ramifican en dedos. Las piernas se dirigen hacia abajo, son las raíces, la parte que toma contacto con la tierra. Los brazos son las ramificaciones laterales, como la expansión rajásica, que operan en el mundo manifestado y llevan a cabo la acción. La cabeza es como la copa del árbol donde se encuentra el chacra de la coronilla –sahasrara-, el más alejado de lo material y que nos conecta con los estados superiores.
Esta simbología la vemos representada tradicionalmente en la arquitectura, donde la sumidad de la cúpula de algunas catedrales se encuentra abierta, representando el chacra de la coronilla, o “puerta estrecha”; del mismo modo aparece en las viviendas de algunos aborígenes de Norteamérica. Leemos en Renén Guénon: “El eje, ya esté figurado materialmente en forma de árbol o de pilar central, ya esté representado por la llama ascendente y la ‘columna de humo’ de Agni en el caso en que el centro del edificio está ocupado por el altar o el hogar, siempre termina exactamente en la sumidad del domo, e inclusive, a veces, según ya lo hemos señalado, lo atraviesa y se prolonga más allá en forma de mástil, o como el mango del parasol, en otro ejemplo de simbolismo equivalente”. (Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, Cap. XLI).
En la Cábala el árbol sefirótico, también llamado Etz Jaiim, Árbol de Vidas o “Los 32 caminos de la Sabiduría”. Es una expresión de la cosmogonía y de las relaciones del universo con el ser humano. Suele relacionárselo con el Árbol de la Vida mencionado en el Génesis. Este Árbol constituye una unidad indisoluble e indivisible y todas sus partes son aspectos inseparables de la Unidad; es decir, que debemos verlo como un todo. Se compone de diez emanaciones espirituales por parte de Dios, a través de las cuales dio origen a todo lo existente. Estas diez emanaciones, para formar el Árbol de la Vida, se intercomunican con las 22 letras del alfabeto hebreo.
El Árbol Cósmico se ubica en el centro del mundo, en el Omphalos, un lugar sagrado. Los lugares sagrados antiguos forman un microcosmos representado por un paisaje de piedras, de aguas y árboles. El árbol, con su renovar periódico, representa el poder sagrado de lo viviente; el agua y la fuente representan las fuerzas secretas del interior de la tierra, la semilla, la purificación. Ese paisaje microcósmico se reduce a un único elemento esencial: el árbol o pilar sagrado, que simboliza el cosmos.
El árbol invertido
Platón en el Timeo presenta la idea del árbol invertido a partir del isomorfismo de la planta con las partes del cuerpo humano, como hemos mencionado más arriba. Así el alma que habita en la parte superior de nuestro cuerpo se eleva sobre la tierra por afinidad con el cielo, somos “árboles celestes”, dice y Dios sostiene nuestra cabeza, es decir nuestra raíz y así se sostiene erguido todo el cuerpo. Para Platón la parte divina del alma ocupa la posición más alta, en cambio los animales que operan cerca del suelo tienen mayor número de pies, cuando la atracción del suelo es mayor se ven criaturas sin pies con todo el cuerpo en contacto con el suelo y se arrastran.
En la India, este concepto ya estaba en el Rigveda y aparece también en el Vedanta. En los Vedas, el Árbol Cósmico es un árbol invertido “Tiene sus raíces hacia arriba y sus ramas hacia abajo” (Katha Upanishad II, 6, 1). Representa la Creación con su movimiento descendente. Las raíces espirituales del árbol se encuentran en el cielo, en el mundo divino, y su corona se extiende sobre el mundo. Unifica los tres niveles del cosmos en un “axis mundi”: Cielo mundo de los dioses; Tierra, mundo de los hombres; y mundo subterráneo, mundo de los muertos, de las energías ctónicas.
Así también en el Baghavad Gita, cap. XV:
“… se dice que hay un árbol baniano imperecedero que tiene sus raíces hacia arriba y sus ramas hacia abajo, y cuyas hojas son los himnos védicos. (…) La verdadera forma de ese árbol no se puede percibir en este mundo. Nadie puede entender dónde termina, dónde comienza, ni dónde está su base”.
En El Cuerpo Sembrado de Ojos, dice Ananda Coomaraswamy: “El eje del universo es una escala en la que hay un perpetuo subir y bajar. Haber talado el árbol es haber alcanzado su cima, y emprendido el vuelo; es haber devenido la Luz misma que brilla y no meramente uno de sus reflejos….Habiendo cortado y talado el árbol con el arma de la gnosis, y deleitándose en adelante con el espíritu, nadie retornará allí de nuevo”.
Esta idea del árbol invertido simboliza el principio cósmico por el cual el ser humano ve solo la parte manifestada, estándole velada la parte esencial, concepto que también encontramos en la caverna platónica.
Carl Gustav Jung descubrió que la imagen del árbol aparecía en los sueños de sus pacientes en los momentos de crisis, como representación de sostén del proceso de crecimiento, incluso dibujar espontáneamente motivos arbóreos podría aportar beneficios terapéuticos. Para Jung las raíces representan el inconsciente, el tronco la mente consciente y la copa la individuación, el alma del hombre.
El árbol alquímico
Para la alquimia el árbol representa la obra alquímica en sí y el proceso alquímico. En el tratado de alquimia Splendor Solis, del S.XVI, el proceso de obtención de la piedra filosofal está descrito con alegorías en veintidós imágenes; en la número seis vemos el árbol alquímico, arbor philosophica de naturaleza solar con una corona en la raíz. El arroyo es el inconsciente, la serpiente mercurial. La escalera tiene los siete peldaños de los siete metales que simbolizan el proceso de la transmutación en oro. El hombre de negro representa la nigredo que asciende para ser sublimada. A su lado maestro y discípulo de rojo y blanco, colores que simbolizan etapas de la Obra, cada uno en distinto estadio. A medida que se asciende, los pájaros negros que representan aspectos espirituales oscuros se alejan, otros se convierten por sublimación. El cuervo de cabeza blanca está terminando su transformación. El hombre obtiene del árbol una rama dorada, símbolo del conocimiento, en alusión al mito de Eneas que se habría servido de una rama de oro como salvoconducto en su paso por el inframundo de donde volvió hacia la luz, tal como en la alquimia la materia oscura es transmutada en oro.
Símbolo de epifanía y renacimiento
La vital mediación entre mundos complementarios que prefigura el árbol comporta un camino de crecimiento y de evolución; el germen que nutrido de una potencia sacra se vuelve árbol y se constituye en el eje del mundo es representación del centro y de la totalidad.
Por eso el árbol es la epifanía de lo sagrado que nace de la tierra como el camino iniciático del alma, con su potente resonancia simbólica, así a través del árbol que constantemente se renueva y crece tomando alimento de lo profundo, el ser humano ha modelado uno de sus más profundos anhelos, la renovación perenne de la vida, la propia centralidad del cosmos y la aspiración de un ascenso hacia esa copa que habita en una realidad más sutil, en el mundo de la Conciencia Universal.