“Una mujer no nace, se hace”
Simone de Beauvoir, mitad del siglo XX

Nosotras, las mujeres, podemos sin dudas mirar atrás y reconstruir el camino de eventos y emociones que nos han conducido al momento actual: Yo soy Yo, y sé como he devenido.

Quisiera contar unas historias, algunas personales y otras ajenas.

En mi niñez – antes de aprender a leer y escribir –, mi padre regresaba a casa con un librito para mi: “El diario de mi amiga” se llamaba, era una colección de cuento-historietas semanal en la que se narraba la historia de una niña frente a diversas dificultades. Todas las semanas el nombre y la historia cambiaban, sin embargo, la niña – gracias a su valor, su inteligencia y su capacidad de autonomía – conseguía vencer las dificultades y construir un futuro donde no lo había.

Entiendan lo sorprendente de esta escena: un hombre nacido en 1911, atravesado por el barrio, los muchachos, el futbol, el tango, inevitablemente machista, me proporcionó un cúmulo de historias de triunfo y autonomía femeninas. Debía seguramente amarme mucho para, sin saber y a su pesar, mostrarme el camino escarpado y áspero, difícil e intrincado, que luego me tocaría atravesar y del que no me arrepiento. Este hombre, mi padre, aportó el soporte emocional y la confianza intelectual para generar en mí el coraje necesario para acceder a un mundo naturalmente hostil.

Esa mujer no está terminada de ser, sólo se reconoce en y con el otro, como una niña que protesta en contra de sus padres porque tiene que pedir permiso; una niña que no se transforma en mujer libre.

¿Cómo se construye una mujer autónoma?

Debo decir, para ser honesta, que no muy diferente de un hombre autónomo.

Aprender a leer y escribir abrieron puertas a nuevos mundos y experiencias, mis amigas y yo estábamos inmersas en los cuentos de hadas y los clásicos infantiles: Cenicienta, Blancanieves; etc. Una reflexión con respecto a estas historias: las princesas siempre hacen un movimiento hacia fuera de sus problemáticas para tratar de resolverlas; ya sea huir al bosque, vivir con enanos, hacerse un vestido prohibido, vestirse de rojo y andar sola, desafiar a la madre, etc.; sin embargo, los sucesivos movimientos que confirmarían la deseada autonomía quedan truncos y es un hombre (príncipe, leñador, etc.) quien termina de resolver el nudo dramático de la trama y se lleva a la protagonista como trofeo en una carroza o caballo. No los culpo. En ese entonces no había otra salida. Eran siempre entradas a lo mismo. Basta con pensar que esos hombres se animaban a prestar casamiento con mujeres descastadas, sin familia y sin dote. Bien por ellos. Y bien por las mujeres que se animaron al primero y al segundo, y al tercero, y a todos los movimientos que configuran una capacidad de decisión que conlleve a la libertad de elegir el camino mediante el cual la mujer constituirá su vida.

Repensar la memoria colectiva permitirá analizar situaciones y pensamientos, visibilizar distintas perspectivas imaginando posibilidades que nuestros antepasados no pudieron o no quisieron imaginar.

Muchas mujeres – en diferentes épocas – han llegado a mi para confiar sus historias, desesperadas por el fracaso de sus matrimonios y la consiguiente angustia de saberse dependientes. Dependencia funesta que, como una sombra, transforma los actos femeninos en sometimiento: adiós a las decisiones propias; adiós a la alegría de la sexualidad al transformarse en deuda matrimonial. Esposas refugiadas con otras esposas, con las que sólo pueden tener acceso al desahogo de hablar mal de hombres y maridos.

Una búsqueda que quedó trunca.

Esa mujer no está terminada de ser, sólo se reconoce en y con el otro, como una niña que protesta en contra de sus padres porque tiene que pedir permiso; una niña que no se transforma en mujer libre.

Voy a hacer referencia a una historia de consultorio: una tarde llegó María muy angustiada. Su marido la había acompañado pero, como fue a estacionar y tardó mucho, no pudo participar de la entrevista. De repente María se encontró con un espacio propio que hasta el momento no tenía: casada joven, cuatro hijos, dependencia económica del padre y luego del marido. María no podía respirar; se ahogaba, tenía miedo de morir. El mundo en que había vivido era un mundo masculino, lleno de mandatos y vacío de posibilidades. La historia tiene un final feliz. María logró reconstruirse como mujer libre, recuperó la voz y hoy es una excelente cantante de tangos; por supuesto, el marido también tuvo que rehacerse.

La ruptura de un modelo de relación afecta a todos, pero ese crecimiento también es de todos.

Hoy vivimos un momento de crisis de identidades. Hombres y mujeres se miran con desconfianza e intentan reconstruir vínculos; se acusan mutuamente de lo sucedido, sin caer en la cuenta de que aún estamos amarrados a historias pasadas. Repensar la memoria colectiva permitirá analizar situaciones y pensamientos, visibilizar distintas perspectivas imaginando posibilidades que nuestros antepasados no pudieron o no quisieron imaginar. Mirar atrás impulsa la transformación del pensamiento y de los sueños, permite imaginar y soñar una vida diferente.

Analizar la historia – personal y colectiva – no nos dirá qué hacer, pero seguramente nos dará opciones para elegir cómo llevarlo a cabo. Para cambiar el mundo primero hay que reescribir la historia.

Demos otro significado a lo sucedido y podremos imaginar otro futuro.

Un futuro libre.